Crónica de un doloroso suceso, que marcó a fuego nuestra infantil memoria. Fue publicado por primera vez, en el año 2008, en la revista virtual: "HUARAZ ORGANIZACIONES Y COSTUMBRES"
EL MUSTIO SEÑOR DEL DESLUCIDO SOMBRERO DE FIELTRO
El ajado sombrero negro de fieltro, evolucionando
con simétricas volutas, cayó primero y el recio viento lo hizo rodar en la
polvorienta calzada de la Av. Fitzcarrald, al frente del caserón de hojalata,
donde funcionaba el taller del Sr. Landaury. Y el hombre cayó también con
estrépito, sobre las posaderas, con las piernas y los brazos en alto, buscando
un asidero en el aire. Aunque con disimulo, algunas gentes reían de buena gana,
les causaba gracia el inopinado vuelo del hombre. Pero otras almas
piadosas, mirándolas con enfado y
reprobando su actitud, lo ayudaron a incorporarse:
- ¿Se encuentra bien buen hombre ? – le preguntó la
más joven y él contestó afirmativamente con la cabeza, en tanto se desempolvaba
con las manos el gastado traje.
Era Agosto, mes de los vientos y es habitual en
ese tiempo la aparición de pequeños y fugaces tornados que recogen papeles,
cartones y achupallas. Pero nunca como aquél, con fuerza; tanta que zarandeó al
hombre, levantándolo a unos cuantos metros del piso y abandonándolo luego, a su
suerte en caída libre.
Se palpó todo el cuerpo y su buena ventura, una
vez más, lo sacó ileso del insólito percance.
- Es una señal, es presagio de algo malo – dijo
agorera, la beata Chapi, que extrañamente apareció por allí, ataviada
totalmente de negro según su costumbre y el uso de las viudas, las solteronas o
las muy devotas.
El espigado gringo, al escucharla, encorvó aún más
sus hombros y rengueando levemente, levantó su bicicleta, hizo ademán de
limpiarla, recuperó su sombrero negro de fieltro y continuó con su camino.
Dos meses después, el Domingo 20 de Octubre de
1963, tío Aulli retornaba de la casa de abuelita Cayetana en Patay y luego de
pasar el Puente Quillcay se detuvo, gratamente sorprendido, a conversar con su
amigo, que coincidentemente y en sentido
contrario se dirigía al barrio del Centenario. Ambos desmontaron de sus sendas
“Hércules” y Eurípides Arana lo felicitó y abrazó efusivamente, era improbable
que se olvidara de la fecha del onomástico de su mejor amigo y el único.
Y como
siempre los asuntos de la judicatura, que los apasionaban, fueron los que dieron inicio a su
conversación. Charla que fue interceptada por el paso del extraño sujeto de aspecto desgarbado, que
ya era célebre por lo del vuelo que le provocó el aire arremolinado y que a
bordo de su bicicleta, le precedía unos metros a Tío y lento continuó
distanciándose.
- ¿Tú lo conoces Aulli? – le preguntó su amigo.
- No, pero varias veces, lo he visto salir por la altura de la Fábrica de gaseosas…
No pudieron continuar el comentario. La atronadora
explosión los estremeció y tuvieron que cubrirse la cabeza y el rostro con los
brazos, defendiéndose de la andanada de esquirlas y fragmentos metálicos que
hendía los aires.
Como todos, curiosos y asustados corrieron de
inmediato, en dirección del taller del Sr. Landaury, desde donde se elevaba una
densa y oscura humareda. A través de una nube de polvo pudieron distinguir en
el piso de tierra blanca, húmedos e inertes, varios cuerpos humanos. El caserón
de hojalata era el que se había hecho humo. Anonadados fueron testigos de las espeluznantes
consecuencias de ese descomunal estallido y el pavoroso incendio que le siguió.
A unos pocos minutos, apareció el Sr. Menéndez que
consternado pero solidario, ofreció su camioneta para trasladar a los heridos. Hizo
tres viajes al Hospital de Belén. Cuando la polvareda amainó y todavía después
de desocuparse de la ardua y dolorosa tarea de auxiliar a los accidentados, pudieron Tío Aulli y el
Sr. Arana, reparar en la delgada y bermeja señora que con un niño también rubio:
literalmente, juntaban los fragmentos de un cuerpo en una manta.
- ¡ Mouchaes grraciaes herrmanous ! – les agradeció
llorosa, luego que le ayudaron a terminar su desgarradora tarea y les contó que,
su esposo fue el que más cerca estuvo de la puerta del taller. Que eran misioneros
de una Iglesia Episcopal de Filadelfia y sus servicios los hacían en el
acogedor localcito vecino del “Tabaríz” de Teobaldo Sierra, a pocos metros de
allí, en el cruce con la Av. Raymondi.
El niño, que
era su único hijito, según les refirió, pudo finalmente, tras intensa búsqueda,
ubicar el viejo sombrero negro de fieltro de su padre. La Sra. rubia lo agregó
al envoltorio y se derrumbó resignada a la espera de la autoridad calificada
para el levantamiento de los cadáveres.
Inubicable y
apenas perceptible, al órgano y violín, parecía escurrirse como desde Sháurama,
se filtraba tristísimo, podía adivinarse sin embargo, que era: “Lejana música", el vals del Conjunto Atusparia. Se recreaba luctuoso en los
mutilados sauces que a diario acompañaban en el taller, la cotidiana labor de
la fragua y los sopletes de soldar y rebotaba trágico, desolador, en cada
calcinado cacho metálico y en cada fuliginosa astilla de mantay* de eucalipto,
en cada redondeada mole de granadiorita que el aluvión del 41 diseminó tal una ciclópea
legión pretoriana, para desvanecerse finalmente, como halada por Bórea o Céfiro,
en dirección de Challwa* y el Balcón de Judas*.
Tiempo después supimos que a la viuda del
sacerdote se le extravió la cordura, que enloqueció de pena, que destrozaba el
alma verla mendigando, con su inocente criatura de la mano. Su desaparición aconteció
repentinamente, nadie la advirtió. Como ocurre siempre en estos casos, algunos la
internaron imaginariamente, pero lo
afirmaban categóricamente, en el Manicomio Larco Herrera del distrito de
Magdalena y algunos otros entrometidos la condujeron, también novelescamente a
la embajada de los EE.UU. que según ellos, tramitó su traslado a Filadelfia. Lo
cierto es que no se supo más de estos desventurados seres.
En total fueron 12 los fallecidos en tan infausto
suceso, provocado por la explosión de un equipo de soldadura autógeno. De la
familia Landaury solo quedó Delia, que se salvó porque desde hacían dieciocho
años, estudiaba Sociología en la Universidad de San Marcos en Lima.
Indubitablemente soy un privilegiado deponente de estos hechos,
cuyos datos y contornos me los proporcionó, de primera mano, uno de los
protagonistas: mi Tío Aurelio Pacheco Ticerán (Tío Aulli), cuando era yo el travieso
mozalbete que, por largas horas, le escamoteaba su bicicleta “Hércules”, lo que
naturalmente le causaba un enfado
mayúsculo y más todavía a su severa pero cálida madre, mi abuelita Cayetana. El
escenario fue el “cono aluviónico”* en la entonces descampada y peñascosa Av.
Fitzcarrald, aquella fatídica tarde del 20 de Octubre de 1963. Fue para mi tío
indeleble, aunque desgarradora e insólita manera de “pasar” su cumpleaños. Para
nosotros, una tragedia revisada, corregida y ampliada por el inocente y
travieso imaginario infantil, que el tiempo pugna infructuosamente por
difuminarla en la oscuridad del olvido.
De manera que, el relato no constituye sino una contundente
y concluyente prueba de la fidelidad de mi memoria.
CHANELO Noviembre del 2008
Significado de algunos términos:
Mantay………………………Palo delgado de eucalipto
tierno.
Challwa……………….En quechua significa
pescado y es nombre de una playa en el río Santa.
Balcón de Judas………….Colosal roca que es una
especie de Mirador, en la salida a Casma, al lado del Puente de Calicanto.
Cono aluviónico………Escombros de rocas y arena que
trajo el Aluvión de 1941
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