Yo, un domingo, como cualquier otro, algo malhumorado por alguna contrariedad que no recuerdo, cuando la invitación me cae como un baldazo de agua helada,
- ¿Quieres ir a comer donde la gorda, frente al Cine Abril?, te invito - era tan remoto un escenario así, que me parece una disonancia.
-¿Me puedes explicar esta insólita invitación?- adrede me muestro intranquilo y soliviantado y casi de inmediato caigo en cuenta de que no podría explicar convincentemente el porqué. Creo que me sonrojo.
-¿Me puedes explicar esta insólita invitación?- adrede me muestro intranquilo y soliviantado y casi de inmediato caigo en cuenta de que no podría explicar convincentemente el porqué. Creo que me sonrojo.
Y Fátima Manzur me mira sonriendo, es una sonrisa a lo Monalisa, aunque obviamente más bella y prometedora. Su enigmático rostro, expresa a través
de sus brillantes, grandes y nigérrimos rojos, sus hoyuelos y comisuras, perplejidad, turbación.
-Hoy día me asusta la soledad…. – suavizada suena
extraña su voz de lidereza, imperativa siempre; autosuficiente.
-¡Como a mí todos los días! – le respondo con aspereza inercial. Como tácita paráfrasis del descontento que me
producen sus desaires, nuestro trato cotidiano. Motín que arrastra pesadas cadenas, de rodillas, tímido, sofocado.
Ella sonríe y el cielo comparece, apacigua su voz todavía más.
-Ayer falleció en Chiclayo mi hermano, mi único hermano…ha sufrido
casi un año…estaba infectado…
Me amohíno y esta vez sí, con seguridad que enrojezco, porque siento que
mis carrillos se calcinan, mi sangre se da cita en mi cara. Yo lo conocí y creo que eso añade desasosiego a esa reacción tan estúpida.
Para comenzar la historia desde el principio, como debe ser. Toda pretensión romántica mía estaba condenada al fracaso. Fátima estaba templadaza. Desde los tiempos de la academia pre-universitaria, estaba loca por el flaco Santana y no obstante, haciendo de tripas corazón, esgrimiendo como florete sus agallas, porque temperamento sí tenía, le imponía distancia y restricciones. Porque aunque ella después me mate, debe saberse que él la buscaba sólo para llevársela a la “Molienda”, que era el cuarto Nº 22 del primer pabellón de varones, ocasional y furtivamente transfigurado en venusterio, por la gracia de algunos de los geniecillos dominicales de entre los trescientos noventaitantos residentes de la vivienda estudiantil. Había además otro detalle, el Flaco, junto al nombre y el largo y alborotado cabello del famoso aventurero azteca de la música moderna, le calcaba también algunas aficiones foliares y de hollín.
Y fue tras una de sus peleas de rutina, en el ínterín de una de esas frecuentes mandadas al sur, que Fátima me invitó por primera vez. al cine fue en esa oportunidad, lo recuerdo como si fuera ayer....
Para comenzar la historia desde el principio, como debe ser. Toda pretensión romántica mía estaba condenada al fracaso. Fátima estaba templadaza. Desde los tiempos de la academia pre-universitaria, estaba loca por el flaco Santana y no obstante, haciendo de tripas corazón, esgrimiendo como florete sus agallas, porque temperamento sí tenía, le imponía distancia y restricciones. Porque aunque ella después me mate, debe saberse que él la buscaba sólo para llevársela a la “Molienda”, que era el cuarto Nº 22 del primer pabellón de varones, ocasional y furtivamente transfigurado en venusterio, por la gracia de algunos de los geniecillos dominicales de entre los trescientos noventaitantos residentes de la vivienda estudiantil. Había además otro detalle, el Flaco, junto al nombre y el largo y alborotado cabello del famoso aventurero azteca de la música moderna, le calcaba también algunas aficiones foliares y de hollín.
Y fue tras una de sus peleas de rutina, en el ínterín de una de esas frecuentes mandadas al sur, que Fátima me invitó por primera vez. al cine fue en esa oportunidad, lo recuerdo como si fuera ayer....
-¡Vamos a la matinée Gato!, hoy van a dar “La Clase
Obrera va al Paraíso” con Gian María Volonté, en el “Pizarro” de la Plaza Italia.
No podía hacerme de rogar, era suicida. Sus paisanos Jesús Sernaqué y Rodrigo Seclén, vivían acechando los pasos en falso del Flaco, marcando las colisiones, para empalmarse en prima de consoladores.
Una vez instalados en "la siete" pues el “burro” no trabajaba los domingos, me advirtió que en la puerta del
cine, nos encontraríamos con su hermano mayor, que como ya antes me había advertido, en las escasas conversaciones que tuvimos, era el enemigo más acérrimo y enconado del Flaco.
- El es muy bueno y quiere lo mejor para mí - me dijo.
- El es muy bueno y quiere lo mejor para mí - me dijo.
De la Av Abancay, doblamos por la derecha hacia el Jr. Huallaga, caminábamos conversando y nos cruzamos a la vereda de la izquierda, para no pasar por la puerta de la
comisaría de “San Andrés”. Al frente de AntonioRaimondi, me detuvo para adiestrarme, el monumento parecía burlarse, a mí no me llamó la atención, estaba hecho al golpe:
-Si le miento es porque lo quiero mucho.
-¿Le mientes?...
Me sujetó de las manos y me hizo estremecer y lagrimear, incrustando
su insistente e inquieta mirada, que se posaba ya en uno, ya en el otro de mis
ojos.
-Le diré que tú eres mi enamorado – ¡Me clavó al piso a plomada perfecta! Como si me hubieran encofrado con cemento y hormigón, no atiné a nada.
-¡Por favor Gaaato!
-¡Por favor Gaaato!
¡Ah, si ustedes la hubieran conocido entonces! Sus nigérrimos, grandes y bellos ojos mochica-sarraceños, algo rasgaditos, sabían ser risueños, si ella se los imponía. Fátima pugnaba siempre por mantener su ceño adusto, pero le era imposible
endurecer sus hermosas facciones y cuando sonreía. ¡Aaasu cuando sonreía! sus
níveos dientes como choclo cusqueño y sus pulposos labios, te bajaban el cielo
a tu patio y tu hamaca. Era de mediana estatura, pero de figura harto bien compensada y con unas perturbadoras turgencias de yapa. Con esto ya les dije todo. ¿Ven que es obvio que era alguien a quien no se le podía
negar nada?
David era solo un poco más alto que ella, estaba en la
cola, enfurruñado por la tardanza nuestra. Había tenido que dejar pasar
un pocotón de rebeldes jóvenes, hippies, entusiastas e ilusionados estudiantes, vagabundos mochileros, soplones de Seguridad del Estado, algunos pitucos y sobre todo muchas pitucas"progre" que como es natural, estaban buenazas siempre. Alguna vez alguien dijo que lo mejor que tenía la burguesía eran sus mujeres ¡Cuánta razón tenía! y encima éstas, que se afiliaban a "Vanguardia Revolucionaria", el partido subversivo hecho para sus medidas, 90, 60, .... se disforzaban por hablar el mismo idioma que tú y por sentir como tú ¡Que tire la primera piedra aquél que no iba a esos eventos: cine clubs, conciertos, teatro popular, etc. tan solo por verlas y si le tocaba en suerte, por departir con ellas! (a propósito, si destacabas como dirigente en el cole o la U, era seguro que tenías a algunas de ellas detrás tuyo, a mí me pasó y de eso, atesoro hermosos recuerdos).
Sí, en el cine como en los otros eventos, VR ponía toda la carne en el asador, que aparecía democrática y no hacía cuestión de estado por las fundas: el tono de la piel o la marca de la ropa.
Bueno, esa era la gentita que asistía a ese corte de filmes. Y volviendo a lo nuestro, David trocó su gesto de inmediato al vernos llegar, compró las entradas y vino a nuestro encuentro. Se abrazó filialmente con Fátima, los dos se emocionaron hasta las lágrimas y ella me presentó como habíamos quedado. David me apretó la mano con presión servo-asistida. Ya en la sala, Fátima se sentó en medio y me obsequió una lección gráfica, pragmática y gratuita de lo que es un convidado de piedra. Era comprensible, se veían a los años, el chismorreo sobre la familia, los amigos, los vecinos, se había acumulado y el desembalse era interminable. De manera tal, que soy el único de los tres que puede contarles la película.
Sí, en el cine como en los otros eventos, VR ponía toda la carne en el asador, que aparecía democrática y no hacía cuestión de estado por las fundas: el tono de la piel o la marca de la ropa.
Bueno, esa era la gentita que asistía a ese corte de filmes. Y volviendo a lo nuestro, David trocó su gesto de inmediato al vernos llegar, compró las entradas y vino a nuestro encuentro. Se abrazó filialmente con Fátima, los dos se emocionaron hasta las lágrimas y ella me presentó como habíamos quedado. David me apretó la mano con presión servo-asistida. Ya en la sala, Fátima se sentó en medio y me obsequió una lección gráfica, pragmática y gratuita de lo que es un convidado de piedra. Era comprensible, se veían a los años, el chismorreo sobre la familia, los amigos, los vecinos, se había acumulado y el desembalse era interminable. De manera tal, que soy el único de los tres que puede contarles la película.
David era atildado, modoso y en muchos pasajes de la
velada, a pesar de sus precauciones, descubrí sus disfuerzos. Esa impresión fue lo que me quedó como corolario de ese primer encuentro, el hermano de Fátima o era amanerado, muy refinado o
maricón simple y llanamente.
Al despedirse, de ella muy efusivamente y de mi con el
usual sermón de que a su hermana la quisiera y respetara, porque si no me las
vería con él, nos dijo dándome la sensación que por compromiso, que iba en busca de su “chatarra” para llevarnos a la vivienda estudiantil.
-La tengo aquí en una “playa” del Jr.
Puno…
-¡No te preocupes David! – le gritó Fátima
– es que de aquí nos vamos a la “Muerte lenta”, que está a dos pasos.
Se encogió de hombros y nos hizo adiós
con las manos.
-Por allí a la vueltecita lo debe
estar esperando su marido – me bisbiseó dando alas a mi corazonada, y luego alzando un poco la voz –
¡él sabe que yo no lo paso, me mira con ojos de hombre!
-“¿Y quién no?” – pensé
maliciosamente.
-¿Es gay, no lo sabías?...pero es muy
bueno - remachó mis certidumbres
Yo , enarqué las cejas, como corresponde en
estos casos y festejé internamente que Fátima, hubiera deglutido entera mi
fingida sorpresa.
No fuimos al famoso comedor de
Cangallo, conocido como la “Muerte lenta”, salimos nuevamente a la Av. Abancay y enfilamos hacia La Av. Uruguay, para retomar "la siete" Lima-Callao.
En el bus, una vez más me tomó de las
manos y conversamos de todo, menos del hermano y cuando pasábamos por la Urb.
Palomino, me propuso:
-¡Vamos al cuarto 22! .....??
No caí de espaldas porque estaba sentado y los
respaldos eran tan sólidos como toda la estructura del viejo pero aún poderoso GMC -TDH- 5106.
A pesar de que ésto sucedió como tres años antes y desde entonces una
reincidencia se tornó en una quimera cada vez más maciza, atesoraba muy fresco el recuerdo...
-----ººº-----
-----ººº-----
-¡Ha sido el maldito VIH, el que se lo ha llevado! Hipando
violentamente, rompió a llorar como una Magdalena, pero ella misma se obligó a
calmar las convulsiones, lentamente, con ejercicios respiratorios y haciendo
crujir su cuello, presionándolo desde el mentón. Cuando llegamos al restaurante
ya se había serenado.
Los platos que se exhibían en envejecidas fuentes de fierro enlozado, dentro de la vitrina de opacos
vidrios, eran los que quedaban del almuerzo. Escogí un escabeche de pescado,
con los ajíes y las cebollas ennegrecidos por las horas y el encurtido de
vinagre y ella pidió un tamal con salsa criolla y café para acompañar.
Poco a poco, se fue animando, recordando pasajes
gratos de su infancia con su hermano, en Túcume y Chiclayo.
El modesto local de comida, dista unos trescientos
metros de la vivienda estudiantil y en el camino de retorno, mezquinamente iluminado por
desvanecidas y viejas incandescencias, en las que remataban los grasientos
postes de concreto, ella me volvió a estremecer , tomándome las manos
nuevamente y murmurando, no tan bajo que no pudiera escucharle.
-Esta noche no puedo dormir sola
-¿Entonces? – le di inflexión de pregunta idiota al
adverbio.
-¿“La Molienda” estará libre?- exhaló el arpegio.
Fue la segunda y última vez.
Los oprimidos arrebatos, las alborozadas ensoñaciones, las obcecadas esperanzas, que periódicamente me hacían suyos, tuvieron que cesar de cuajo, cuando el destino que gobierna la vida de las personas y cosas, nos llevó por rumbos cada vez más remotos y distantes.
Los oprimidos arrebatos, las alborozadas ensoñaciones, las obcecadas esperanzas, que periódicamente me hacían suyos, tuvieron que cesar de cuajo, cuando el destino que gobierna la vida de las personas y cosas, nos llevó por rumbos cada vez más remotos y distantes.
Hoy, casi veinte años después de aquellos sucesos de profunda huella e indeleble memoria, por un casual encadenamiento de páginas, hallé a
Rodrigo Seclén, que como es habitual en el Facebook, ha consignado a Lima y no a Jayanca
como su ciudad de origen, pero lo reconocí en las fotos por su portentosa nariz. Hurgando su perfil y su muro, me enteré que se casó con Fátima y tienen tres hermosos retoños, el mayor de los cuales, ya jovencito, o es el vivo retrato del flaco Santana, o son los celos y la envidia los que me juegan una mala pasada. ¡Que pena, no pude
darle “like”, no lo tengo entre mis
contactos!
Chanelo
Chanelo
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