LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

domingo, 30 de julio de 2017

IRENKA CANCHISKOVA

                                                                                



            

              
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Que aflicción tan medular, tan lacerantemente enquistada en la mera pulpa, en la psique, en el meollo. Aquella de la impronta que nos humilla y nos duele, que nos tensa las fibras más sensibles, que nos pone siempre a la defensiva y que, con sus fantasmas, nos pone en fuga; con el rabo entre las piernas.  Si tan sólo nos insinúan volver los ojos hacia atrás, hacia la fuente, la raíz; el origen. Es decir a esa época antediluviana antes del cambio de una letra de nuestro apellido, o el aumento de un prefijo o un sufijo, o todo. Antes de que empezáramos a tornasolarnos el alma y el pelo. Quisiéramos no haber nacido. Es mala la gente ¿Es que no se percatan qué aquello es pretérito?, ¿Acaso no nos perciben ahora, rubios y de piel más clara?, ¿Por qué no contemporizan y aceptan de una buena vez, que no queremos y no tenemos más que un después?
          Es en sus solitarias, cogitabundas y desasosegadas noches,  cuando el pasado la asalta a mansalva, cuando Guillermina Canchis, habla, plañe y maldice al espejo, a solas en el tocador de su elegante baño. Cuando el rimmel de sus pestañas, licuado por los lacrimales le oscurece la cara, muere de espanto al verse prieta otra vez. Pero siempre, como  guerrera experta, encallecida, se impone y se tranquiliza- ‘Obviamente eso ya fue superado’ – suspira – ‘Gracias a Dios, ahora somos polacos’- concluye restregándose enérgicamente la cara con agua y jabón.         
          Mucha agua ha corrido por los lavabos e inodoros y bajo los puentes también, desde que Guillermina volvió de España, casi a hurtadillas a ver a su madre, que se quedó boquiabierta al verla gringa,  ¡Juumm! ¡Y que podía saber la pobre de vidas nuevas y nuevos comienzos! Por sobre todo madre sin embargo, con la inmensa alegría que le daba volver a ver, después de tanto tiempo, a su tesoro, la única herencia que le dejó su finadito, el inolvidable Zacarías Emiliano Canchis. Reavivó a soplidos el fuego de las brasas de su fogoncito e hizo de comer en la olla de barro: un shacui con charqui, huevos y molido de trigo tostado. Su alborozo lo completó reventando maíz en el tiesto, para acompañarlo. Sabía que a Guillermina le encantaba.
          - ¿ Pues qué son esos animalitos que saltan en la paellera, madre? –
             No contaba con semejante sorpresa de la maciza y  blonda bermeja.
          - ¿Animalitos, Guillermina? –  más desconcertada que enojada , la abnegada, añosa y valiente mujer, regaña a su hija:  
- Con eso has crecido y te has hecho fuerte y bonita, ¡Es cancha!, ¡No me digas que no te acuerdas, porque te lo recuerdo a tiestazos en tu dura cabeza! – levanta la voz, pero de inmediato se suaviza con su mejor sonrisa.
          - ¡Pues que no lo recuerdo!, ¡vale ¡Y que no me llamo Guillermina mamá, que soy Irenka ¡
            Como no le entendió, su madre ignoró el nombrecito. Imposible que se imaginara que Guillermina lo tomó de la patrona de Secundina, su prima hermana en la biología y en la mutación, cuando recién migradas, trabajaron en Varsovia.
Fue la última vez que comió cancha ante otra persona. Al fallecer su mamá, vino a las exequias y después ya no encontró razón que la obligase a la visita familiar. Desde aquella ocasión ya lejana, el mote, la chochoquita, el molido y la cancha, los prepara y los engulle, en la penumbra y el silencio de un cenotafio, con la más impermeable reserva, mirando recelosamente a uno y otro lado, transpirando por todos los poros.  
          Según su graciosa lógica, no muy particular desafortunadamente, en La Gran Canaria sedujo a un gringo “americano” pero la fatal realidad demostraba que ocurrió lo contrario; su hijo nació con los ojos zarcos, sin padre hacen 16 años en el Archipiélago.  Su Calvario es el cabello del niño ¡ Negro azabache igual al suyo! y como al suyo lo oxigena periódicamente, podría decirse desde que nació.  Lubomir, que así le puso al muchacho, conoce muy poco de la identidad de su madre, le ha dicho que es inmigrante de Polonia y a él no le nace ningún interés por comprobarlo. Crece feliz con la modernidad, dejándose llevar por las tendencias del momento hacia la metrosexualidad, la androginia y la ambigüedad.
- Es lo que está de moda – atina a colegir su madre.
Irenka, conserva la única foto que consiguió del marido, con uniforme de Marine, posando en algún lugar del planeta, ejerciendo pedagogía sobre democracia, aleccionando a sangre y fuego a la gente sobre sus bondades.  Se la muestra al muchacho, cada vez que el indaga sobre sus antepasados.
          - Yo me refiero a tus padres y a tus hermanos, mis tíos – le reclama.
          - Ellos murieron en la guerra, es una tragedia que no quiero recordar – le corta, mostrándole adrede, fastidio y malhumor.
          - ¿Recordar tu pasado es una tragedia, mamá? – insiste, al notar la extraña incomodidad de su madre.
          - ¡Y es que me refiero a la guerra, joder! – le corta tajante y huye, siempre es así.
          En el Facebook , algunos de los amigos de Lubomir, ponen fotos de sus padres tíos y abuelos, él después de marcar ‘me gusta’, también quisiera hacer lo mismo y no tiene más que la ajada imagen del que su madre, le dice que es su progenitor, de lo cual ya tampoco está muy seguro. Así que mejor pone fotos de sus amigos y de Cristiano Ronaldo, Sofía Vergara, Kim Kardashian y Justin Timberlake.
          Con una asiduidad que le causa fastidio, su madre lo lleva a las fiestas de los inmigrantes peruanos. Allí ha conocido al enigmático huayno, que no comprende porqué a él también lo sobresalta. Decreta el final del jolgorio, marca el desalojo de los últimos obstinados que huyen al escucharlo. Su madre le explica que esas fiestas le gustan porque allí tiene muchos amigos.
            Lubomir tiene la certeza del testimonio, de la cotidiana obviedad,  de que el huayno, a ella la tortura y saca de quicio. Le ha pedido que le explique la razón.
- Es que en el Perú, esa es música de la gente  de la sierra, ¿vale? – le define, concluyente.
            - ¡Yyyyyy?! – le muestra su extrañeza, gesticulando con gran aspaviento - ¿Cómo es que conocéis tanto de Perú madre? – le interpela mostrando su genética impertinencia.
-  Sabéis que así es como soy, me gusta conocer lugares, hacer turismo
y ese país me fascina. ¿Vale?
            - En verdad,  no os conozco madre… -  pretende mejores explicaciones y su   madre se escabulle, con cualquier pretexto, dejándolo con las preguntas en la boca.
Son actitudes y respuestas que lo desconciertan cada vez más. No conoce a su padre, aunque cada vez se convence más, de que tampoco conoce a su madre. No hay rastros de su familia, su madre tiene fobia por el huayno pero el Perú es un país que le fascina. No obstante… su vida le pertenece  y él es un joven consciente de que el prioritario derecho que posee es a la diversión, eso es lo importante, por eso prefiere no hacerse bolas y con su aypad, se divierte oyendo y meneándose con la música de Justin Bieber.

                                                                                     Chanelo

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