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Que aflicción tan medular, tan lacerantemente enquistada en la
mera pulpa, en la psique, en el meollo. Aquella de la impronta que nos humilla
y nos duele, que nos tensa las fibras más sensibles, que nos pone siempre a la
defensiva y que, con sus fantasmas, nos pone en fuga; con el rabo entre las
piernas. Si tan sólo nos insinúan volver
los ojos hacia atrás, hacia la fuente, la raíz; el origen. Es decir a esa época
antediluviana antes del cambio de una letra de nuestro apellido, o el aumento
de un prefijo o un sufijo, o todo. Antes de que empezáramos a tornasolarnos el
alma y el pelo. Quisiéramos no haber nacido. Es mala la gente ¿Es que no se
percatan qué aquello es pretérito?, ¿Acaso no nos perciben ahora, rubios y de
piel más clara?, ¿Por qué no contemporizan y aceptan de una buena vez, que no
queremos y no tenemos más que un después?
Es en sus solitarias, cogitabundas y desasosegadas
noches, cuando el pasado la asalta a
mansalva, cuando Guillermina Canchis, habla, plañe y maldice al espejo, a solas en
el tocador de su elegante baño. Cuando el rimmel de sus pestañas, licuado por
los lacrimales le oscurece la cara, muere de espanto al verse prieta otra vez. Pero
siempre, como guerrera experta,
encallecida, se impone y se tranquiliza- ‘Obviamente eso ya fue superado’ –
suspira – ‘Gracias a Dios, ahora somos polacos’- concluye restregándose
enérgicamente la cara con agua y jabón.
Mucha agua ha corrido por los lavabos
e inodoros y bajo los puentes también, desde que Guillermina volvió de España, casi
a hurtadillas a ver a su madre, que se quedó boquiabierta al verla gringa, ¡Juumm! ¡Y que podía saber la pobre de vidas
nuevas y nuevos comienzos! Por sobre todo madre sin embargo, con la inmensa alegría
que le daba volver a ver, después de tanto tiempo, a su tesoro, la única
herencia que le dejó su finadito, el inolvidable Zacarías Emiliano Canchis. Reavivó
a soplidos el fuego de las brasas de su fogoncito e hizo de comer en la olla de
barro: un shacui con charqui, huevos y molido de trigo tostado. Su alborozo lo
completó reventando maíz en el tiesto, para acompañarlo. Sabía que a Guillermina
le encantaba.
- ¿ Pues qué son esos animalitos que
saltan en la paellera, madre? –
No contaba con semejante sorpresa
de la maciza y blonda bermeja.
- ¿Animalitos, Guillermina? – más desconcertada que enojada , la abnegada, añosa
y valiente mujer, regaña a su hija:
- Con eso has crecido y te has hecho fuerte y bonita, ¡Es cancha!, ¡No
me digas que no te acuerdas, porque te lo recuerdo a tiestazos en tu dura
cabeza! – levanta la voz, pero de inmediato se suaviza con su mejor sonrisa.
- ¡Pues que no lo recuerdo!, ¡vale ¡Y
que no me llamo Guillermina mamá, que soy Irenka ¡
Como no le entendió, su madre ignoró
el nombrecito. Imposible que se imaginara que Guillermina lo tomó de la patrona
de Secundina, su prima hermana en la biología y en la mutación, cuando recién
migradas, trabajaron en Varsovia.
Fue la última vez que comió cancha ante otra persona. Al fallecer su
mamá, vino a las exequias y después ya no encontró razón que la obligase a la
visita familiar. Desde aquella ocasión ya lejana, el mote, la chochoquita, el
molido y la cancha, los prepara y los engulle, en la penumbra y el silencio de un
cenotafio, con la más impermeable reserva, mirando recelosamente a uno y otro
lado, transpirando por todos los poros.
Según su graciosa lógica, no muy
particular desafortunadamente, en La Gran Canaria sedujo a un gringo “americano” pero la fatal
realidad demostraba que ocurrió lo contrario; su hijo nació con los ojos
zarcos, sin padre hacen 16 años en el Archipiélago. Su Calvario es el cabello del niño ¡ Negro
azabache igual al suyo! y como al suyo lo oxigena periódicamente, podría
decirse desde que nació. Lubomir, que
así le puso al muchacho, conoce muy poco de la identidad de su madre, le ha
dicho que es inmigrante de Polonia y a él no le nace ningún interés por
comprobarlo. Crece feliz con la modernidad, dejándose llevar por las tendencias
del momento hacia la metrosexualidad, la androginia y la ambigüedad.
- Es lo que está de moda – atina a colegir su madre.
Irenka, conserva la única foto que consiguió del marido, con uniforme
de Marine, posando en algún lugar del planeta, ejerciendo pedagogía sobre
democracia, aleccionando a sangre y fuego a la gente sobre sus bondades. Se la muestra al muchacho, cada vez que el
indaga sobre sus antepasados.
- Yo me refiero a tus padres y a tus
hermanos, mis tíos – le reclama.
- Ellos murieron en la guerra, es una
tragedia que no quiero recordar – le corta, mostrándole adrede, fastidio y
malhumor.
- ¿Recordar tu pasado es una tragedia,
mamá? – insiste, al notar la extraña incomodidad de su madre.
- ¡Y es que me refiero a la guerra,
joder! – le corta tajante y huye, siempre es así.
En el Facebook , algunos de los amigos
de Lubomir, ponen fotos de sus padres tíos y abuelos, él después de marcar ‘me
gusta’, también quisiera hacer lo mismo y no tiene más que la ajada imagen del
que su madre, le dice que es su progenitor, de lo cual ya tampoco está muy
seguro. Así que mejor pone fotos de sus amigos y de Cristiano Ronaldo, Sofía
Vergara, Kim Kardashian y Justin Timberlake.
Con una asiduidad que le causa
fastidio, su madre lo lleva a las fiestas de los inmigrantes peruanos. Allí ha
conocido al enigmático huayno, que no comprende porqué a él también lo
sobresalta. Decreta el final del jolgorio, marca el desalojo de los últimos
obstinados que huyen al escucharlo. Su madre le explica que esas fiestas le
gustan porque allí tiene muchos amigos.
Lubomir tiene la certeza del testimonio, de la cotidiana obviedad, de que el huayno, a ella la tortura y saca de
quicio. Le ha pedido que le explique la razón.
- Es que en el Perú, esa es música de la gente de la sierra, ¿vale? – le define, concluyente.
- ¡Yyyyyy?! – le muestra su
extrañeza, gesticulando con gran aspaviento - ¿Cómo es que conocéis tanto de Perú
madre? – le interpela mostrando su genética impertinencia.
- Sabéis que así es como soy, me
gusta conocer lugares, hacer turismo
y ese país me fascina. ¿Vale?
- En verdad, no os conozco madre… - pretende mejores explicaciones y su madre se escabulle, con cualquier pretexto, dejándolo
con las preguntas en la boca.
Son actitudes y respuestas que lo desconciertan cada vez más. No conoce
a su padre, aunque cada vez se convence más, de que tampoco conoce a su madre.
No hay rastros de su familia, su madre tiene fobia por el huayno pero el Perú es
un país que le fascina. No obstante… su vida le pertenece y él es un joven consciente de que el
prioritario derecho que posee es a la diversión, eso es lo importante, por eso prefiere
no hacerse bolas y con su aypad, se divierte oyendo y meneándose con la música
de Justin Bieber.
Chanelo
Chanelo
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