LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

martes, 6 de febrero de 2018

RECUERDOS DE PATAY





La que hoy día es la calle que une Patay con Nicrupampa, el Jr. Los  Libertadores y su prolongación Daniel Villayzán existía entonces solo por pequeños tramos, y casi todas las calles transversales a la avenida Bolivar, denominada Confraternidad Internacional Oeste después del sismo de 1970, no eran ni proyectos.  La avenida Bolívar era la vía más antigua que conectaba con el norte de Huaraz. La Av. Centenario se construyó después del aluvión de 1941 y se le denominaba hasta poco antes del cataclismo del 70: “La carretera”, en alusión a que era el medio que unía Huaraz con el Callejón. Y es que la historia de Patay se diluye en las leyendas de su origen y en un arcano muy remoto.  
Con la acequia que de Nicrupampa llegaba al Calvario, en la esquina de la Escuela Antonio Raimondi en Canapún, al frente del actual local central de la UNASAM, donde se dividían las aguas para Patay Quinuacocha y Virgenpampa; bajaba sincrónico un caminito que cuando lo conocí, pasaba cerca de la casa de la Sra. Juana Granda y bordeando por detrás la propiedad del Sr. Rivera, donde ahora es el “Puka ventana” negocio de Richard Colonia Fitzcarrald, líder de los ”Turmanyé” quien se emparentó con los herederos de la célebre pareja del descomedido huayno que hacía referencia a la esquina de su vivienda y que a la sazón rezaba:
“ Celamarquéqui, Tumpamarquéqui,
 Sapcha Rivérapa punkunchó, Cuchi
 Victóriapa láduncho”
 Las cristalinas aguas y la rúa, continuaban por la propiedad de Don Marcial Robles y el shauramino don Isidro Sánchez y a la altura de la capilla de Patay, discurrían por entre las propiedades de Don Zenón Romero y el sastre Loli: padre de Popy, Hugo y Coqui Loli, renombrados músicos de Patay; y seguían bajando hasta el gran Río Santa.
            En el tiempo al que debo remitirme, por conveniencia de la anécdota de la que tuve noticia por mención de los contemporáneos: Unos tres años antes del fatídico alud del 13 de Diciembre de 1941, la capillita, hacia la derecha en dirección del río, tenía la acequia y el caminito colindante, hacia el frente, la plazuela de Patay, donde en las fiestas de Septiembre, en improvisadas y entrañables ramadas de eucalipto, se servía el famoso ponche huaracino y el infaltable picante de cuy  y hacia su izquierda anejo: el pequeño potrero donde  se escenificaban las épicas corridas de toros de la fiesta del Señor de Patay, donde nunca faltaban las cornadas a los temerarios borrachitos, era de propiedad del abuelito Víctor Sifuentes Cordero, normalmente sembrado de alfalfa. Se vio obligado a deshacerse por sesenta soles de oro, en razón de que le urgía el dinero para comprar una bicicleta. Exigencia de uno de sus hijos. Mis indagaciones aún no alcanzan a determinar de cual de ellos se trataba.
            Mucho tiempo después, es decir en mi inquieta infancia, conocí todavía hasta cuatro sitios por los que atravesaban las acequias de riego y los caminitos asociados en dirección del río. Aparte de la mencionada, otra pasaba refrescando la finca de Don Manuel Pagasa; una tercera que, bordeando “Ranra” de propiedad de Guillermo Sifuentes Gonzáles, se internaba en el fundo de Estela Luna y más abajo de Paccha; irrigaba las pertenencias de Don Simón López, papá de Juanita y Emilio López Sifuentes y del famoso “Chinchu” Lucho Macedo, emparentado también porque fue padre de Florencia Macedo Sifuentes. Y había una cuarta que luego de pasar por “Shégua” y las propiedades de Don Samuel Paredes, hermano del famoso político de izquierda: Saturnino Paredes y el fundo de Manuel Maguiña Carrión; llegaba a Quinuacocha, aferrándose desde allí al último tramo existente del camino viejo a Cancariaco y Baños,  que debería ser continuación de la Av. Bolívar, pero ésta viraba a la derecha para encontrarse con la “Carretera”.
 Allí en Quinuacocha, vivía y sembraba Don Pedro Hermoso, que no se inmutaba de no hacerle ningún honor a su apellido. Con él, con Don Luciano Guerrero, con don Rafael Campomanes y otros más de los cuales mi memoria tiene indelebles sus imágenes, más no así sus nombres, nos trabábamos en discusiones infinitas en las madrugadas porque a hurtadillas; nos robábamos recíprocamente el agua de nuestras mitas. Ellos eran viejos con agallas y a mí me mandaba a regar abuelita Ana Guío de Sifuentes
            No habían calles ni luz eléctrica, pero sabíamos ver en la oscuridad. Si hasta jugábamos ardorosos partidos de fútbol en las tinieblas y nos trepábamos a los capulíes y distinguíamos la fruta madura de la verde. Muchas veces de los árboles salían “shiseando” despavoridas las lechuzas a las que interrumpíamos la acechanza de sus presas.
Tiempos irrepetibles  en los que, además de capulí, podíamos hartarnos de purush, de tunas, de cerezas en los bordes de las cristalinas acequias que, en esos tiempos cargaban limpia y fresca agua.
            En la era post-aluviónica y pre-sísmica, del Calvario aguas arriba, el camino bordeaba el Instituto Industrial de Mujeres #  11, y pasaba por  mítica fábrica de cerveza Cebú, una de las mejores que se hayan producido en el Perú. El técnico que contrató don Carlos Maguiña era un competente ingeniero químico alemán, que sin embargo, no pudo resistir a la suculenta tentación de la Backus y distorsionó la fórmula de la exitosa y espectacular malta, ocasionando una catastrófica quiebra de la cervecería huaracina.
De allí el caminito entraba en un Edén, era Nicrupampa, a diestra y siniestra se veían lindas chacras con infinidad de flores de todos los colores y aromas. Las familias Minaya, Bravo,  Broncano, etc., progresaban cultivándolas y comercializándolas y eran por ello famosos.  Este caminito parecía desaparecer al llegar a la altura del nacimiento del Quillcay, es decir en la unión de los ríos Auqui y Paria;  abriéndose en un panorámico oq’onal, pletórico de juncales y totoras, de tantos y tan bellos matices glaucos, que semejaba la antesala del cielo. Pero no, después de bordearlo escoltado por esbeltos eucaliptos, acercándose al molino de Don Fidel Neglia, se bifurcaba y por la izquierda se enderezaba hacia Marián y por la derecha, después de cruzar el puente sobre el Quillcay, reaparecía por Uckanán entre yerbasantas y pedregales para encaminarse hacia el circunspecto Unchus.

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