LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

domingo, 20 de mayo de 2018

LA NINA-MULA


LA NINA-MULA

________________________________
Como era su costumbre, antes de irse a dormir, el viejo se entretenía narrándonos cuentos de su tiempo, y aunque al comenzar siempre alegara, que el caserío no había cambiado desde entonces, por los lugares que mencionaba, las personas y los sucesos, se echaba de ver un misterioso, como un arcano escenario, que en el tiempo y en el espacio, había escapado ya, de nuestra vista y oídos. El viejo se ganaba la vida ayudando en las labores del campo, corapear* o regar en las noches, eran trabajos que distaban años luz de ser quehaceres encantadores, entonces se recurría a los buenos oficios del viejo, que nadie sabía de donde vino y vivía solo, sin un perro que le ladre, era razonable entonces que dilatara a más no poder, el momento del retorno a su casa. Pero para ser justos, deberé también admitir, que nos entretenía y bien.
          En la noche aquella, que es marco de mis recuerdos, pesadamente se levantaba la luna. Por su corpulencia y parsimonia, grávida al parecer, esférica, se nos entregaba retaceada por entre los eucaliptos y capulíes y  sus sombras nos distorsionaban los rostros, metamorfoseándonos en los más arbitrarios y tremebundos personajes y el viejo matrero, sintiéndonos acoquinados, chasqueaba de gusto su lengua y parecía que se merendaba su relato:
--“En las noches, esa esquina del Jirón Comercio con el Jirón Espíritu Santo, siempre ha sido muy oscura y solitaria. Esto ocurrió hace años, en el frontispicio de la casa de dos pisos, la más alta, la que hace esquina con el pasaje Tajamar, donde el Chino Escobedo hierra a los caballos y de esta historia su papá fue el protagonista. El mismo Chino me lo contó” - y suspiró largamente el viejo, como para tomar un nuevo aire, pero lo que buscaba era exacerbar nuestra ansiedad, era ducho el viejo.
Aunque vivíamos algo alejados, al otro lado del río, conocíamos el lugar, pues obligatoriamente pasábamos ya de ida o ya de vuelta del Centro, luego de comprar las cositas que no encontrábamos en las modestas bodeguitas de Doña Hilaria o la Sra. Melchora.
          --“Era sábado para amanecer ya al domingo – prosiguió el viejo - ¿las doce sería o qué hora sería?  Pero estaba más oscuro que de costumbre, porque no había luna y quería llover. Don Cosme Escobedo no podía dormir, porque o se le figuraba que hacía un frío inusual o sí estaba cayendo la helada, fuera de su tiempo, porque todos sabemos que ellas caen en tiempo estival y esto que les cuento, le sucedió en Marzo. Sintió desde muy lejos el sonido de unos cascos, con las herraduras muy desgastadas. Así de educados tenía sus oídos, como todo herrero a carta cabal y que se precie de serlo. El trote en el empedrado,  se hizo cada vez más cercano, hasta llegar a su casa, que fue cuando lo llamaron por su nombre: ¡Cosme, Cosme! y ¡toc, toc, toc! tocaron a la puerta.  “Debe ser un viajero que tiene prisa” pensó y como era muy servicial, contestó ¡ ya voy, ya voy!. Se vistió lo más rápido que pudo y al abrir la puerta, lo que vio, lo dejó boquiabierto y patidifuso. No era un caballo, era una mula, con un cadáver sujetado a los aparejos, que apenas lo vio, huyó despidiendo gruesas lengüetas de candela, por todos lados, pero más por la boca y los ojos. Era la Nina- mula, que es el diablo mismo y se llevaba a un cristiano. Al regresar a su cama, se dio con su esposa,  que había despertado y encendió los chiuchis, porque de lo hacendosa que era, no solo se ocupaba de las cosas del hogar, sino que lo apoyaba en su faena, prendiendo y manejando la fragua por ejemplo. Ella había escuchado todo y muy triste le dijo: - “No has debido contestar, te ha llamado y ahora te va a llevar”.
A los tres días le dio un infarto fulminante, lo enterraron en el cementerio de arriba, pero sus despojos desparecieron y nunca más pudieron hallarlos.”
El viejo se fue a dormir, eso fue lo que supusimos y aunque sus cuentos nos impresionaban, eran otras cosas, cosas de jóvenes, las que acaparaban nuestras vigilias:
-¿Vas a ir a ver a Frankenstein? – me preguntó el gringo Davicho. Se refería a la película protagonizada por el famoso Boris Karloff y que la pasaría el cine Santagadea.  Davicho tenía plata, su papá era dueño de casi todas las tierras de la quebrada del río Casma. Pero también tenía buen corazón.
-Te invito si me ganas una apuesta  - me retó, cuando le dije que estaba calato.
- ¡Bacán compadre! ¿A quién tengo que matar?
- ¡Al frío compadre!, tienes que bañarte en la acequia que hoy trae harta agua.
Eran como las tres de la mañana y ¡Claro que hacía frío! Sin embargo quería ver a Frankenstein. Ya otras veces le había ganado apuestas a Davicho, pero ésta estaba bien tranca.
El se arrellanó bajo las sombras de unas yerbasantas, para dar el conforme, yo me encaramé a una peña en medio del acequión y allí tiritando, doblándome de frío, me esforzaba por sacarme la ropa.  Parecía que esta vez no lo lograría por que se me entumecían las piernas de tanto permanecer sobre un solo pie, se me atoraba todo con el frío, los pantalones, las medias. Hasta que al fin, pude desnudarme y aliviarme metiéndome al agua. Los que nunca han hecho eso, nunca sabrán que es tan frío el aire, que el agua se siente tibiecita.
En la noche nos fuimos al cine y a la siguiente nos reencontramos con nuestro entrañable viejo de las ralas barbas de plata.
-¡No saben muchachos!, anteanoche que les conté de Cosme Escobedo, cuando volvía siguiendo el agua desde la toma, porque le tocó su mita a Don Guillermo, allí en medio del acequión, casi me topo con la Nina-mula, frente a frente. Allí estaba – y señalaba aún muy consternado, la roca en la que me encaramé para quitarme la ropa – pero se había convertido como en un ave muy fea, algo así como un gallo gigante, que botaba chispas por los ojos y las orejas y se paraba ya en uno ya en otro pie, como esperándome. Me llamó: “Teófilo, Teófilo”  Yo me escondí, retrocedí y me escapé.
-¿Pero no le contestó Don Teófilo o sí? – le preguntó Davicho.
- ¡Que le voy a contestar, ni zonzo que fuera!
- ¡Ah entonces no hay problema, ahora échese uno de esos que pone la piel de gallina! – lo animó el zamarro.  Davicho es rico, es buena gente, pero también es un jodido.

                                                                                  CHANELO


No hay comentarios:

Publicar un comentario