LA NINA-MULA
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Como era su costumbre, antes
de irse a dormir, el viejo se entretenía narrándonos cuentos de su tiempo, y aunque
al comenzar siempre alegara, que el caserío no había cambiado desde entonces,
por los lugares que mencionaba, las personas y los sucesos, se echaba de ver un
misterioso, como un arcano escenario, que en el tiempo y en el espacio, había
escapado ya, de nuestra vista y oídos. El viejo se ganaba la vida ayudando en
las labores del campo, corapear* o regar en las noches, eran trabajos que
distaban años luz de ser quehaceres encantadores, entonces se recurría a los
buenos oficios del viejo, que nadie sabía de donde vino y vivía solo, sin un
perro que le ladre, era razonable entonces que dilatara a más no poder, el
momento del retorno a su casa. Pero para ser justos, deberé también admitir,
que nos entretenía y bien.
En la noche aquella, que
es marco de mis recuerdos, pesadamente se levantaba la luna. Por su corpulencia
y parsimonia, grávida al parecer, esférica, se nos entregaba retaceada por
entre los eucaliptos y capulíes y sus
sombras nos distorsionaban los rostros, metamorfoseándonos en los más
arbitrarios y tremebundos personajes y el viejo matrero, sintiéndonos
acoquinados, chasqueaba de gusto su lengua y parecía que se merendaba su
relato:
--“En las noches, esa esquina
del Jirón Comercio con el Jirón Espíritu Santo, siempre ha sido muy oscura y
solitaria. Esto ocurrió hace años, en el frontispicio de la casa de dos pisos,
la más alta, la que hace esquina con el pasaje Tajamar, donde el Chino Escobedo
hierra a los caballos y de esta historia su papá fue el protagonista. El mismo
Chino me lo contó” - y suspiró largamente el viejo, como para tomar un nuevo
aire, pero lo que buscaba era exacerbar nuestra ansiedad, era ducho el viejo.
Aunque vivíamos algo alejados,
al otro lado del río, conocíamos el lugar, pues obligatoriamente pasábamos ya
de ida o ya de vuelta del Centro, luego de comprar las cositas que no encontrábamos
en las modestas bodeguitas de Doña Hilaria o la Sra. Melchora.
--“Era sábado para
amanecer ya al domingo – prosiguió el viejo - ¿las doce sería o qué hora sería?
Pero estaba más oscuro que de costumbre,
porque no había luna y quería llover. Don Cosme Escobedo no podía dormir,
porque o se le figuraba que hacía un frío inusual o sí estaba cayendo la
helada, fuera de su tiempo, porque todos sabemos que ellas caen en tiempo
estival y esto que les cuento, le sucedió en Marzo. Sintió desde muy lejos el
sonido de unos cascos, con las herraduras muy desgastadas. Así de educados
tenía sus oídos, como todo herrero a carta cabal y que se precie de serlo. El
trote en el empedrado, se hizo cada vez
más cercano, hasta llegar a su casa, que fue cuando lo llamaron por su nombre:
¡Cosme, Cosme! y ¡toc, toc, toc! tocaron a la puerta. “Debe ser un viajero que tiene prisa” pensó y
como era muy servicial, contestó ¡ ya voy, ya voy!. Se vistió lo más rápido que
pudo y al abrir la puerta, lo que vio, lo dejó boquiabierto y patidifuso. No
era un caballo, era una mula, con un cadáver sujetado a los aparejos, que
apenas lo vio, huyó despidiendo gruesas lengüetas de candela, por todos lados,
pero más por la boca y los ojos. Era la Nina- mula, que es el diablo mismo y se
llevaba a un cristiano. Al regresar a su cama, se dio con su esposa, que había despertado y encendió los chiuchis,
porque de lo hacendosa que era, no solo se ocupaba de las cosas del hogar, sino
que lo apoyaba en su faena, prendiendo y manejando la fragua por ejemplo. Ella
había escuchado todo y muy triste le dijo: - “No has debido contestar, te ha
llamado y ahora te va a llevar”.
A los tres días le dio un
infarto fulminante, lo enterraron en el cementerio de arriba, pero sus despojos
desparecieron y nunca más pudieron hallarlos.”
El viejo se fue a dormir, eso
fue lo que supusimos y aunque sus cuentos nos impresionaban, eran otras cosas,
cosas de jóvenes, las que acaparaban nuestras vigilias:
-¿Vas a ir a ver a
Frankenstein? – me preguntó el gringo Davicho. Se refería a la película
protagonizada por el famoso Boris Karloff y que la pasaría el cine Santagadea. Davicho tenía plata, su papá era dueño de casi
todas las tierras de la quebrada del río Casma. Pero también tenía buen
corazón.
-Te invito si me ganas una
apuesta - me retó, cuando le dije que
estaba calato.
- ¡Bacán compadre! ¿A quién
tengo que matar?
- ¡Al frío compadre!, tienes
que bañarte en la acequia que hoy trae harta agua.
Eran como las tres de la
mañana y ¡Claro que hacía frío! Sin embargo quería ver a Frankenstein. Ya otras
veces le había ganado apuestas a Davicho, pero ésta estaba bien tranca.
El se arrellanó bajo las
sombras de unas yerbasantas, para dar el conforme, yo me encaramé a una peña en
medio del acequión y allí tiritando, doblándome de frío, me esforzaba por
sacarme la ropa. Parecía que esta vez no
lo lograría por que se me entumecían las piernas de tanto permanecer sobre un
solo pie, se me atoraba todo con el frío, los pantalones, las medias. Hasta que
al fin, pude desnudarme y aliviarme metiéndome al agua. Los que nunca han hecho
eso, nunca sabrán que es tan frío el aire, que el agua se siente tibiecita.
En la noche nos fuimos al cine
y a la siguiente nos reencontramos con nuestro entrañable viejo de las ralas
barbas de plata.
-¡No saben muchachos!,
anteanoche que les conté de Cosme Escobedo, cuando volvía siguiendo el agua
desde la toma, porque le tocó su mita a Don Guillermo, allí en medio del
acequión, casi me topo con la Nina-mula, frente a frente. Allí estaba – y
señalaba aún muy consternado, la roca en la que me encaramé para quitarme la
ropa – pero se había convertido como en un ave muy fea, algo así como un gallo
gigante, que botaba chispas por los ojos y las orejas y se paraba ya en uno ya
en otro pie, como esperándome. Me llamó: “Teófilo, Teófilo” Yo me escondí, retrocedí y me escapé.
-¿Pero no le contestó Don Teófilo o sí? – le preguntó Davicho.
- ¡Que le voy a contestar, ni
zonzo que fuera!
- ¡Ah entonces no hay
problema, ahora échese uno de esos que pone la piel de gallina! – lo animó el
zamarro. Davicho es rico, es buena
gente, pero también es un jodido.
CHANELO
CHANELO
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