ESPEJISMO
Si ellos lo dicen, no queda sino creerles. Rodrigo mi hijo y Adela su ex-esposa, que son los padres de Arístides, argumentan que son muy modernos, cada uno anda por la tercera o cuarta “relación”. Consiguientemente tienen hijos de su segundo, tercero y cuarto compromiso.
Cuando enviudé vivía sólo, entonces por receta terapéutica del psicólogo, para mí y para él, yo me hice cargo de Arístides, el único bebé que hicieron al alimón, Rodrigo y Adela hace 12 años. Desde que tenía año y medio, voy con él, para arriba y para abajo.
Llegamos temprano a Huátaco con Arístides, le comenté a mi viejo amigo Lorgio, los extraños sucesos de nuestro arribo, él me explicó que eso se debía a que para las dos de la tarde, estaba programada la llegada del excelentísimo señor Presidente de la República, Dr. Santiago Roca Sáenz y Vinatea. Y nosotros no lo sabíamos, yo ni siquiera lo hubiera sospechado. Jamás se me habría ocurrido pensar, que un Presidente llegaría a tan hermoso como insignificante pueblito. Sin saberlo, como dije, lo precedíamos con algunas horas de adelanto y esta vez, el viaje, por una parte, era más placentero, porque desde el abra de Yanacona, la carretera estaba perfecta. Me contó Lorgio que desde una semana antes, Bedón, el experto tractorista del Ministerio de Transportes, la había rebanado artísticamente con la cuchilla, pero por otra parte, algo accidentado, pues el personal policial de las garitas, siempre ávido de coimas, que había sido trasladado de la Capital, érame totalmente ajeno. Sin embargo, lo que resultaba verdaderamente misterioso, era que el relajante gorgoriteo de los jilgueros, no aparecía en nuestra entrada al pueblo, ni el compañero silbido de los chihuillos, hasta los pichizancas y yuquis, tan bullangueros siempre, permanecían en silencio.
Recorriendo rutinariamente el pueblo, encontramos un inusitado ajetreo, sobre todo de los jóvenes, pero también los viejos. Hombres y mujeres recorrían las calles, bramando consignas y levantando puños de advertencia e índices amenazadores, portando entre todos grandes pancartas, rechazando el Proyecto Minero Tía Yajaira, cuya etapa de preparación venía a inaugurar el Primer Mandatario de la Nación. Los lemas daban cuenta, para variar, que el mediático y por tanto famoso yacimiento a cielo abierto, lo explotaría el consorcio Mckenzie – Silva Santisteban, prescindiendo de la opinión y los intereses comunitarios.
Desde el “Gato Calato”, el acogedor restaurancito en la Plaza Mayor, del cual era propietario, gerente, chef, mesero y personal de servicio, el sociable y simpático gordo Lorgio, veíamos afanarse a los doscientos policías que habían sido enviados a reforzar a la dotación local, intentando darse abasto para controlar la situación y no ser rebasados por la turbamulta.
La veterana y fiel picáp Studebaker del 50, la traíamos como siempre, repleta de menaje, vajilla y utensilios para el hogar. Es decir, nuestro viaje era de negocios y como siempre antes de almorzar o más bien, para almorzar, la dejamos estacionada en el andén de “La estación”, así llamada a pesar de que las líneas del ferrocarril fueron levantadas hace más de cuatro décadas.
En Huátaco, a falta de emisoras de radio, hay una de parlantes, que informa y entretiene a la tradicionalmente apacible población. Como en cualquier emisora comercial, hay programas noticiosos, de música y sobre todo de saludos, por cumpleaños, bautizo, matrimonio, en fin los huataquinos son muy noveleros y mandan saludos hasta por divorcio. Aquél día, un locutor, que Lorgio dijo era forastero, y en cuya voz me pareció reconocer al famoso “Garbancito”, el pequeño de tamaño y de ideas con voz de grande y que era el anunciador oficial de la emisora del Estado en la Capital, interceptó “Las tardes románticas de Radio Central”, para anunciar la entrada en el pueblo de la comitiva encabezada por el Sr. Presidente de la República. Y empezó un panegírico, que no pudo terminar, porque a su vez fue interrumpido por varias poderosas detonaciones, que desencadenaron una trifulca. Hasta nosotros llegó una cáustica humareda que nos hacía toser, llorar y nos asfixiaba. Y el programa continuó, fuera de la emisora, con el show de los prorrateados disparos de las armas automáticas de las fuerzas del orden, a la que siguieron otras explosiones y un exasperantemente prolongado intercambio de disparos, nutrido y a discreción, que duró más de media hora. Una última gran detonación, amenguó patentemente el ritmo de la balacera. Parecía que los protagonistas se alejaban del pueblo y tomaban las alturas, porque los disparos se escuchaban cada vez más distanciados y débiles.
Cuando salimos para retomar nuestro negocio, el pueblo era un desierto y el andén estaba vacío, la camioneta no estaba. Allí solo dos o tres muchachos coleccionaban casquillos usados. El más alto y a ojos vista, el mayor de todos, alardeaba de tener la más grande cantidad de cartuchos de FAL.
-Niños, ¿vieron quien se llevó la camioneta que estaba allí? – les pregunté, conteniendo mis emociones que eran muchas.
-¡Si! – respondió raudo el de los casquillos de FAL – ha sido el Axel.
Desandé mis pasos, para recurrir al auxilio de Lorgio.
-¿Axel?, pero si ese muchacho es un pan de Dios – se sorprendió - es hijo del Sr. Orégano, dueño de la hacienda “ Cinco Flores”, que se extiende por cuatro provincias.
Genuinamente conmovido Lorgio, me suplicó que lo esperase en el andén y salió en su búsqueda. Fue breve el lapso, en el que regresó con un joven atlético y blanco, que me miraba compungido. Y como el diablo sabe más por viejo que por diablo, con voz pianissima, le pregunté.
-¿Qué pasó hijo?
Lorgio se alejó prudentemente.
-No sé qué me pasó Maestro, perdóneme, que yo le arreglo su camioneta, la han maltratado mucho.
-¿Podemos verla?
Estaba en su garaje, junto a sus Harley- Davidson. Le habían dado de alma a la pobre, estaba totalmente abollada y no tenía ningún vidrio sano. No atiné sino a sollozar, me invadieron la pena, la amargura y quien sabe que cosas más, que vio o adivinó Axel en mi rostro.
-¡Yo lo hice, yo lo asumo¡ – reaccionó con cierta solemnidad pero muy resuelto – concédame unos días y se la entrego mejor de cómo estaba, Maestro.
Se la llevó en el camión de Aniceto a la Capital.
Entretanto mi nieto decía que “se aburría” con sus nuevos amigos que ahora, con las bolitas de cristal, jugaban casquillos en vez de frijolitos lecheros. Lorgio me contó que habían muerto 150 personas, entre policías y pobladores, había cientos de heridos, uno de los cuales era el Presidente, al cual vino a recogerlo un helicóptero en Ollucopampa, el pueblo vecino. Para mí, no había desgracia mayor que la sucedida a mi fiel compañera de toda la vida. En vano buscaba el alegre y libre canto de las cardelinas, los chihuillos, los pishjo tejachos. Sólo la lúgubre salmodia de los tucus y el “pac-pac-pac” de las paca pacas, me hacían compañía.
Los días, a pesar de todo, transcurrieron y Axel, haciendo honor a su nombre y honrando la palabra empeñada, trajo de regreso en el mismo camión, a mi bella Studebaker, relumbrante, totalmente nueva.
-¡Tus padres deben estar muy orgullosos de ti hijo! – le expresé liberando mis emociones y abrazándolo muy efusivamente.
- Por una parte sí, porque como ¡“Tía Yajaira” no va! los salarios no se elevarán, pero por el otro…¡Están furiosos! - exclamó – es que, yo no sé cómo, pero se enteraron de la cuenta de la camioneta ¡Ya se les pasará! – añadió con una risa estentórea, libérrima, franca, como son las risas de los hombres de bien. Mis miradas se alternaban conmocionadas, entre su alegría y la mía al ver mi camioneta soberbia, relampagueante, celestial… Fue cuando me sentí zarandeado, cada vez con mayor fuerza, era Arístides, mi nieto, que me arrancaba de mi embeleso.
-¡Despierta abuelito, hoy tenemos que viajar a Huata!
-¿A Huata? ¡Pero allí va a estar Axel y el Presidente Vinatea!
-¿El Presidente Vinatea y quien es ese?
-El Presidente de la República…
-¿Estás bien abuelito?, el Presidente es Fernando Belaúnde Terry y el Premier es el famoso Alberto Ulloa.
Y con esa frase si me pude despertar del todo. Algo desconsolado y desazonado, no me resignaba a que mi fiel camionetita, siguiera siendo el desvencijado armatoste que esperaba en la sombra de la ramada, que le construí al costado de mi ranchito. Dos decisiones drásticas tomé en ese instante, restauraría mi picáp, como lo hizo Axel en mi sueño y la otra se la transmití a Arístides:
-¡Hoy iremos a Huayllacayán hijo, no iremos a Huata!
-¡en Huata hay fiesta, abuelito!
-¡Pues, mayor razón para no ir allí!
chanelo
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