LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

domingo, 30 de junio de 2019

EL CONDOR DE CHAVIN








EL CONDOR DE CHAVIN
… “¡Se habían alejado tanto de la entrada en el laberinto, que cuando quisieron volver ya no pudieron volver! Entonces, usando como bastones su curiosidad y su codicia, para vencer el miedo, siguieron bajando, y encontraron un salón grande, cuyo fondo lo iluminaba el Cóndor de Chavín. Era un cóndor de oro puro, sentado sobre una gran mesa monolítica. A las ganadas, se abalanzaron sobre él para apropiárselo, pero solo consiguieron moverlo un poquito, porque o era extremadamente pesado o estaba firmemente anclado en algo. Resultó lo segundo, pues de inmediato escucharon un extraño fragor, como el estruendo de muchos aviones volando al mismo tiempo y ocurrió que un inmenso aluvión de nieve, lodo y piedras los sepultó para siempre”.

Era como nosotros, un rapazuelo de ocho o diez años, pero ya era un maestro del relato Roque Cerna. Con sus ojos clavados en los nuestros, su cariacontecido ceño, como si él mismo estuviera en el teatro de esas incidencias, suspiraba abrumado por la mala ventura de esos seres tan desdichados: “Nadie se salvó, desapareció toda la comitiva de autoridades de Huaraz, encabezada por el Prefecto de Ancash. Viajaron en busca del Jaguar de oro, pero se toparon con el Cóndor”
Años después me enteré que el aluvión del que supo Roque, por retransmisiones orales, que como los ríos grandes, van aumentando su volumen con el caudal de los afluentes de su recorrido, fue real. Se produjo el 17 de Enero de 1945 y efectivamente, junto a quinientas víctimas más, fallecieron el Director del Colegio de la Libertad, Don Mariano Espinoza, el Prefecto del Departamento Sr. Pedro Luis Artola, su hija que cursaba estudios universitarios en la cuatricentenaria San Marcos, su Secretario, Don Rubén Loli, entre algunos otros personajes. La extraña coincidencia de la visita, dio pábulo a la versión de un plan para trasladar el icónico lanzón, a un museo de Lima, intención que el aluvión frustró.
La circunstancia de la confluencia simultánea de autoridades, puede obedecer a otros móviles, como la amistad o la vida social, pero tampoco se puede descartar, ni se debe, la interpretación que proviene sobre todo de entusiastas o fervorosos lugareños, que como en cualquier lugar, a su modo defienden el patrimonio de su tierra. Ya vimos por otra parte, cómo desde hace mucho tiempo se manejan los asuntos públicos, de suerte que solo un iluso pondría las manos al fuego, por algún gobernante, jefe o celebridad oficial. De manera que algún asidero tendrán, el reclamo y los resquemores de los chavinos. Debo confiarles sin embargo, que en estas averiguaciones, lo que convocó poderosamente mi atención, fue el hecho de que el “Castillo” de Chavín, constituyera la excepción de la regla, pues como sabemos, nuestros antepasados asentaban sus edificaciones, en las partes altas, donde los libraban de los periódicos eventos de nuestra difícil orografía, como los aluviones y deslaves.
El relato de Roque, es en honor a la verdad, un excelente punto de partida para lo que quiero referirles.
Ocurrió esto en el año de 1965, cuando muy próximos a egresar de nuestra escuelita primaria, organizamos un paseo de Promoción a Chavín, del cual participaron también alumnos de otros grados. Nuestro narrador de cuentos, ya no pudo hacerlo, debido a que su madre, guapa viuda desde que Roque era casi un bebé, se comprometió en segundas nupcias con un mecánico itinerante de máquinas de escritorio, que tenía a Lima como su núcleo de operaciones. Con el dolor del desarraigo y la ilusión de un mañana mejor, para allá emigraron por tanto.
Por el transporte no teníamos problemas, el Sr. Delgado, al que se le conocía como “El Mocho”, nos ofreció sus servicios a un precio realmente conveniente. Como era considerado un hombre de bien y era amigo de varios de nuestros profesores, era ya de confianza, nuestro casero. Anteriormente, siempre con su famoso “mixto” “San Andrés de Pira”, ya nos había llevado a la famosa laguna de Llanganuco, cuando esa carretera era aún más angosta y tenía que sortearse varios puentes de cuatro palos de eucalipto.
Salimos de madrugada y tomamos desayuno en el famoso “Tacorita” de Cátac. Al pasar por Querococha, el profesor Manuel Ramírez, que era el menor de una dinastía de cazadores, desde el camión en movimiento, le atinó a un pato, que cayó entre el ichu aledaño a la laguna. Conformamos grupos encabezados por un profesor, para peinar la falda, en busca del palmípedo caído en desgracia. El ichu nos superaba en tamaño, y formaba verdaderos callejones, en donde nos podíamos extraviar. De hecho perdimos valioso tiempo buscando a Pedrito, uno de los más pequeños. Pero antes debo relatar, que nos olvidamos del pato, porque tal como los cataquinos nos advirtieron, encontramos una especie ahora extinta, de perdices gigantescas, por ellos llamadas francolinas. Tenían el tamaño de una gallina y las mañas de una zorra. Fue dura la comprobación de que era un mito, que solo podían dar un gran vuelo y luego tardaban mucho en reponerse del cansancio, por lo que así se hacía fácil su captura. Dieron más de diez vuelos y los que terminaron extenuados y desmoralizados, fuimos nosotros, alumnos y profesores y sin ninguna gana de buscar ningún pato.
Al nigérrimo interior del afamado “Castillo” de Chavín, se entraba por un derrumbe en el techo. No había luz eléctrica en toda la zona. Las tareas de limpieza, caminaban con paso de tortuga. Aún eran muy visibles los estragos del aluvión ¡veinte años después!.. Bueno qué me admiro si después de 48 años, aún se ven los estragos del terremoto de 1970.
Nos atrevimos a entrar, porque albergábamos la secreta intención de dar con el Jaguar o el Cóndor, pero siempre teniendo muy presentes las recomendaciones de Roque Cerna: “Una vez adentro, el oxígeno escasea y abunda el antimonio, por eso no se pueden prender velas, no arden. Mejores son las linternas de pilas, pero a veces esas también fallan, por eso para asegurarse de no perderse en el laberinto, hay que llevar hilos de carrete. Se amarra la punta en una piedra de la entrada y se va desenrollando a medida que se avanza. Para regresar solo se recoge el hilo”
El momento culminante de esta aventura, devino en el tiempo de regreso, nos encontramos con otros hilos que se habían enredado en el nuestro. Cuando otros grupos confluyeron en el punto, ya no supimos qué camino tomar. Como ya se pasaba la hora del almuerzo y tardábamos demasiado en salir, los profes que estaban afuera tuvieron que ir al pueblo a buscar al guardián, que nos encontró tan rápido y naturalmente, como si estuviéramos en su casa. Para el pueblo nos fuimos, a tomar nuestros sagrados alimentos. La comida era buena, lo malo eran los panes, los horneaban cada mes y los conservaban en el oscuro recinto interno de unas enormes tinajas de barro cocido. Allí se deshidrataban sin que los microrganismos los estropearan, pero al tratar de masticarlos, los que rechinaban eran los dientes.
Nuestros profesores, con su capacidad, bonhomía y otras grandes cualidades, se habían ganado el favor y la confianza de los padres de familia. Pero no por su puntualidad y otra vez, como siempre, a las nueve de la noche, estábamos de regreso recién en Cátac. A buscar un teléfono entonces, después de todo, con tantos antecedentes, ya sabíamos a quién llamar, al Sr. Renán Carranza Saravia, para que irradie por Radio Huaraz, el mensaje; “A los padres de familia de la Escuela del Sr. Luis Mendoza Luna, se les comunica que unos contratiempos imprevistos, los están demorando, pero los excursionistas de Chavín, se encuentran sanos y salvos en Cátac y en cosa de dos horas, estarán arribando a esta nuestra Muy noble y generosa Ciudad Capital”




CHANELO

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