LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

jueves, 6 de julio de 2017

LOS DIECINUEVE DE NOVIEMBRE SON EL ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE "ABDICHO" SEVERINO ABDIAS SIFUENTES GUIO




Paloma San Basilio es una bellísima mujer y además canta. Anoche, revisando algunos antiguos video-cassettes que guardo desde mi mozalbitud, encontré uno en cuya carátula está ella ataviada de diosa o de reina, no sabría distinguir en cual de sus ocupaciones se encontraba cuando le robaron esa vista. Es la ilustración de la canción que creo, la marcó y la identificará de por vida: “No llores por mí Argentina” del hermoso musical “Evita”, cuyos autores: Andrew Lloyd Webber de la música y Tim Rice de la letra se inspiraron en el conmovedor y apasionado discurso que, desde uno de los balcones de la Casa rosada, pronunció Eva Duarte de Perón en 1946, tras entronizarse como “Primera Dama” de la Nación Argentina.
La interpretación de Paloma es, en mi opinión, fidedigna, suculenta y estremecedora; monumental, si se me exige un solo vocablo. La escuchaba y veíala vivir ese crucial momento de los descamisados argentinos que con santo fulgor en sus ojos, depositaban su esperanza –quien sabe la última esperanza - en aquella mujer que, como ellos fue parida por el arrabal o las villas miseria y ahora detentaba el poder. El General tenía un gran corazón y había sido elegido para manejar a la Nación y Evita mandaba en el corazón de Juan Domingo Perón. Enternecedora percepción que solo sirvió para la fotografía y para el recuerdo en color sepia.
 En esa magistral presentación, Paloma solloza genuinamente conmovida y en ese trance, siento que a mí también se me inundan los ojos. ¿Es por Paloma, por Evita y por Perón y los descamisados?. En homenaje a la verdad, es por aquel justicialismo que yo conocí a través de las emocionadas palabras de mi padre, que le encontraba íntimo parentesco  con el Frente Unico de Trabajadores manuales e intelectuales creado en el Perú por Haya de la Torre. Eso no estaba muy lejos del acierto; siempre o casi siempre, los países de nuestra América, como suelen denominarla los políticos con algún tinte rebelde y que a mí me gusta por su sonoridad, han transitado por períodos simultáneos de dictaduras o de tolerancia y apertura y de movimientos de reformas, de confusión o anarquía.
Obviamente no era esa la lectura de mi padre, el aprismo era el justicialismo del Perú. No tenían una Evita de inflamantes discursos, pero tenían a Víctor Raúl que henchía de orgullo sus corazones militantes. El héroe del justicialismo estaba vivo, Perón insuflaba coraje a los descamisados en la desigual confrontación con el monstruo imperialista, los del aprismo auroral, eran numerosos pero estaban muertos. Las revoluciones de Trujillo y Huaraz en 1932; les dejaron héroes sempiternos: Búfalo Barreto y los 42 ejecutados en la oscura madrugada de la víspera de las fiestas patrias en la ciudadela de Chan Chan y el 4 de Agosto en Huaraz, el Mayor López Mindreau, el Teniente Inocencio Soto, el cabo Alberto Torres, el español Juan Alonso y Carlos Philips, joven médico que inmortalizó la frase: “Dios salvará mi alma y sólo el aprismo salvará al Perú”.
Entre los mas queridos tesoros, guardo una foto de mi padre Abdías Sifuentes Guío sentado en el guardafangos de una camioneta Chevrolet del 50 que- hoy es una clásica: la camioneta y la foto; en cuya tolva se ve a Víctor Raúl saludando con los brazos en alto, a sus prosélitos y simpatizantes y que mi  papá mostraba dándose sus ínfulas. Quería a su partido y a su líder como si se tratara de su familia y su propio padre. Los conceptuaba auténticamente revolucionarios, honestos y apasionados, como lo era él mismo. Yo sentí mucho la desaparición de Haya de la Torre, porque solo dos veces vi llorar a mi padre: Una, cuando en el sismo del 70 falleció su mamá y otra; cuando ocurrió la muerte del lider del Apra. Me conmovió su devoción tan pura y su cariño auténtico. Se fue también él y por él son las lágrimas.  De todas maneras es un consuelo que haya partido antes de ver en lo que ha quedado convertido su querido partido. Mil veces hubiera preferido equivocarme al vaticinarle este funesto final a la maquinaria que puso en marcha Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando nuestra charla se deslizaba por los embrollados vericuetos de la política.
Escribo esto para los que quieran leerlo, pero sobre todo es mi homenaje al hombre cabal, hijo cariñoso, esposo ejemplar, padre abnegado y apasionado militante de las ideas limpias y de las luchas justas: A Severino Abdías Sifuentes Guío.

                                                  Chanelo

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