LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

martes, 8 de agosto de 2017

EL PUENTE







Allí, las puntas aguzadas de la cañada, pican como espuelas el oprimente mantón gris, perforándolo y rindiéndolo finalmente; no sin rezongos sin embargo. Se desflecan entonces, centelleantes y estruendosos latigazos. Convulso, el inmenso toldo, se escurre como un descomunal odre de agua, sobre los ciclópeos y severos riscos como de mampostería de obsidiana, y sobre el deleznable polvo de las montañas, de añeja avidez. En un instante el gris se aprieta y precipita inundándolo todo, cae sobre el río, sobre los olvidados campos y sobre los caminos. Y entonces aquí y por doquier, la gravitación lo metamorfosea en oscuros monstruos de piedras y lodo que obstruyen el paso.
Aún bisoño en ese derrotero, el día previo fue el de mi debut, soleado y apacible, destraumatizado y natural, pero muy jubiloso, con el corazón en la boca. Por un árido paisaje de resecas trazas de aniegos y deslaves, la jornada de bajada al Puerto transcurrió desprovista de percances. Por instantes veía mi corazón adelantarse, se me salía del pecho, alborozado y es que estaba cumpliendo uno de mis anhelos de niño, largamente acariciado: Conducir por esos estremecedores  desfiladeros, por esos cañones imponentes, por los que un sinfín de veces, pasé acompañando a mi padre, cuando el único medio de transporte era el ferrocarril. Muchos años antes de que desencadenadas, las sibilinas fuerzas de la naturaleza; lo desaparecieran.
Por la tarde, el retorno, no obstante el peso de la carga debía ser rápido, el cielo de los espigados contrafuertes ennegrecía raudo y la amenazante borrasca, que con el espeso y renegrido hálito del océano, subía acosándonos; nos pisaba los talones. Apenas a la zaga nuestra las colosales y atemorizantes llocllas*, iban clausurando la senda, interrumpiéndola con gigantescas lenguas de viscoso légamo. Le ganamos la partida, pero solo hasta el puente. Es que la bota, era también estrujada en las crestas de la Cordillera Negra, que desembalsó sus furias a través del resucitado río. Socavó los cimientos en la margen nuestra y asentó el puente sobre el lecho, apoyándose en la base de la otra margen, como un gran tobogán de impracticable pendiente. La irascible tempestad, como una tromba, nos endosó semejante estropicio. Allí el río nos cerró el paso, terminante, inapelable. Allí fuimos atrapados finalmente por el temporal y la apelmazada y nigérrima noche.
Manifiestamente irritado el río, pugnaba por desembarazarse de la túrbida, fétida y desbordante avenida de cieno y aguas, estrellando furibundo, las rocas contra su colmada rambla. Proclamaba  zaragatero y espectacular, que tampoco él quería cargar con el muerto.
Con ese hedor y ese fragor, caímos rendidos y nos ganó el sueño.
El hombre de estos lugares, tiene el calor, la fuerza y la franca alegría del sol en sus tórridos veranos. El reto pertinaz que le plantea su ardua geografía, lo ha forjado en  una noble aleación de oro y acero. La enfrenta siempre con voluntad de tizona, sin recular ni claudicar  y le añade la eufonía y la finura del áureo metal precioso. Tiene dulces las linfas y es por ello quiensabe, que es practicamente imposible, hallar uno al que las dificultades lo saquen de sus casillas.
El alba, cohibida en un principio y convocando en su auxilio al bermejo rey luego, topó con un inusitado ajetreo como de hormiguero. Una esbelta señora que comerciaba aves y aún suscitaba entusiasmos y que se hacía llamar Inés, aunque de buenas fuentes, se sabía que su nombre era Valeria y otra a la que se conocía como la Viuda de Galván y compraba pescado en el muelle, para venderlo en las provincias trasandinas; tenían ya listo el caldo de gallina y el cebiche. Habían improvisado con piedras, un fogón que atizaron con los tallos secos de yuca, que hallaron almacenados en una choza abandonada. El gordo Borja que viajaba conmigo de pasajero, tensó un grueso cabo de nylon, a lo largo del escorado puente y con su personalizada prestación, pasaba a los pasajeros y sus bultos, por un sol o dos soles. En una de esas, pasó César Vidal y su familia, quien le dejó una propina como un sueldo. Un moscardón revoloteó en las orejas de todos, su zumbido parecía cristalizar frases, estas insinuaban que la plata del famoso comerciante, olía a bicarbonato, kerosene y ácido sulfúrico.
Después de calentar por 10 minutos el motor, el operador residente del pequeño tractor del Ministerio de Transportes, lo puso en marcha y muy afanado, procuraba una rampa que facilitara el acceso a la punta caída del puente. Resultó después, cuando hubo terminado su cometido, que Zenón, que era como se llamaba; era mi paisano. Fue allí que nos conocimos.
El astro soberano se volvió a esconder y la plúmbea bóveda, apretada y amenazante se enseñoreaba nuevamente. Síntoma desmoralizador, heraldo de más tormentas y menos esperanzas de pasar.
Sin embargo Zenón era inmune a señales y advertencias, no le intimidaban simple y llanamente, es que también era muy joven aún. Fue a él a quien se le ocurrió la idea. La intrepidez y la imprudencia, son hermanas de padre y madre. El insensato y temerario Riesgo y la candorosa Juventud, las procrearon, en tiempos inmemoriales. Sin titubear y más bien entusiasmado, hice mía la propuesta del arrapiezo operador, mi promoción y tan rebosante de sueños y ávido de epopeyas como yo. Haríamos pasar vacío el camión por el empinado puente; halándolo con el tractor. La carga pasaría luego por partes. Atamos entonces el camión con un cable de acero, El tractor tiraría de él como a un perro.
 La expectativa era grande, todos aguardaban empuñando  con la mano derecha, su palpitante corazón; aunque algunos pocos lo hacían con la izquierda. La resequedad de los labios y el gaznate, ocasionada por beber agua lodosa, se hacía más intensa con la ansiedad. La gente aguardaba anhelante, muda e inmóvil en ambas bandas.
 Finalmente Zenón tuvo que apartarse velozmente de la salida, el poderoso camión subió por sus propios medios y coronó la parte alta del puente, en medio de las hurras y los enfervorizados aplausos de la muchedumbre varada. Después que se volvió a subir la carga, muchos fueron los que atiborraron el vehículo. De este lado no había llegado ningún carro desde la tarde anterior, inequívoca revelación de impasses en la ruta cuesta arriba y aún así, con el cielo preñado de sombrío humor, nos aventuramos a continuar en la osada empresa de pronóstico reservado..
 Como estoy seguro que ustedes ya lo han adivinado, fue allí donde  comenzó el épico trajinar del “Salvador”. Han pasado más de treinta años y el legendario camión, que hoy fogueado y extenuado, reposa en sus cuarteles de invierno, continúa sus hazañas en la memoria colectiva. Los mayores aún lo tienen presente en sus retinas y muchos jóvenes, lo conocen por las remembranzas de sus míticas proezas finiseculares, que de tarde en tarde, sobre todo en las de copiosa o calmada lluvia, destejen sus predecesores.

*"Lloclla".............................................................Avenida de lodo, piedras y agua.

                                                                                                                     CHANELO  

No hay comentarios:

Publicar un comentario