Era Viernes Santo y no llovía y un secreto y obstinado motivo sentimental me había obligado a viajar, inopinadamente a esa ciudad a la que se le conoce como la Ciudad de la luz, pero no es París. En verdad está muy lejos de serlo.
Desde que enviudé, soy un hombre
libre y me muevo a voluntad. Chocano
Melgarejo, amigo desde mi infancia, fantasiosa y alegre, con quien me encuentro
casi a diario por la ruta de mi trabajo, doblegó mi incredulidad, jurando que
Mayra Becerra, nunca se cansó de esperarme, que no se casó y vivía sola.
El destino o la casualidad jugaron a mi favor,
o en mi contra, tú lo juzgarás después. Me encontré con Erasmo Reyes, con el
que en el Colegio secundario, muchas
veces nos agarramos a trompadas, generalmente por disputas futbolísticas. Después
de más de 30 años, lucía pulcro: rasurado, bien rapado; refulgente y olía bien.
Era la imagen perfecta de un esposo bien atendido por una buena mujer. Vestía
un elegante terno gris con tenues rayitas blancas e índigas y sobre una vistosa
camisa de añil encendido; reposaba una coqueta corbatita roja. Se le notaba
gordito, de colorado semblante y su otrora negro y espeso cabello, raleado y
encanecido por el transcurso de los años; hacía ya buen tiempo, que había
emprendido la retirada ante la arremetida de la bruñida frente.
Nos sentamos un buen rato en la
banca que da frente al Banco Hipotecario en la espléndida Plaza de Armas y
luego, nos introdujimos al Palais Royal, donde se nos fueron las horas
como jugando, con las remembranzas de los tiempos aquéllos de nuestra estupenda
juventud, ya bastante lejana.
Tras los
abrazos de rigor, las frases protocolares y algún imprudente dislate, aunque
creo que involuntario de mi parte, la conversación se extenuaba y amenazaba con
extinguirse
- Estás
casi igualito, eres el mismo campechano de siempre. ¡ Si no fuera por la guata!
– le dije, poniendo a prueba mi sintonía fina, a distancia sideral de cualquier
ánimo de ofensa.
- No solo
has envejecido, también tu sentido del humor parece que se desubicó, ahora es sarcástico
¿o tal vez envidioso? – me replicó en un tonito que me sonó a represalia.
Como por
toda respuesta yo le ofrecí mi más mundana sonrisa, el desencuentro inicial,
afortunadamente, no pasó a mayores y elevando nuestros vasos brindamos
estentóreos:
- ¡ Salud
! , ¡ Salud ! , ¡Por el reencuentro!
Mezclarle un chorrito de Coca cola a
la Pilsen, para atenuar el acíbar de los primeros sorbos, era una costumbre que
adquirí, en el valle del Yanayacu, por Tarapoto. A él le pareció una novedad, pero apostilló
precisando:
- Aunque
la ocasión lo amerite, creo que no se trata de emborracharse, no es ésa la
intención.
Yo estuve totalmente de acuerdo con
él, por lo que a partir de la tercera ronda; suprimimos la Coca cola.
El piso de
la amplia Plaza había sido modernizado por la Comuna. Ya no era más el de
entonces, de cemento pulido, tanto por las herramientas de los alarifes, cuanto
por el intenso tráfico de las suelas en las horas de luz solar. Aquél que a Erasmo y amí, nos
sirvió de gigantesca pizarra de ejercicios matemáticos, todas las frescas
madrugadas de nuestra preparación previa a la prueba de admisión del Alma Mater
de la cálida región norteña.
- Esa es
obra de nuestro condiscípulo, también postulante a la universidad Oswaldo Lagos, en su gobierno
municipal – me puso al corriente, al notar mi gran interés por la bella y
seguramente cara cerámica del piso nuevo.
- Se ve
muy elegante – atiné a comentar, esforzándome por disimular mi desencanto.
Y es que, por disparatado que parezca,
a veces hago concesiones y acepto que mi mujer tenía razón, cuando afirmaba que
vivo anclado al pasado, aprisionado por los vitales recuerdos de eventos que
tuvieron lugar hace mucho tiempo. Ella era muy práctica, se calificaba a sí
misma, como muy moderna y positiva; me enrostraba siempre que al nacer me fue
denegado el instinto dialéctico del cambio, de la evolución, que mi visión del
mundo parecía estacionada en los trances en que mi espíritu sintiose plenamente
satisfecho o afortunado. En ese entonces yo no
alegaba nada porque siempre perdía. En todo caso, para mí uno de esos
momentos, sin lugar a dudas, fue el período de entrenamiento para ese examen. A
pesar de que Erasmo y yo, no lo aprobamos. Cuando creíamos tener todas las
respuestas, nos cambiaron las preguntas. Estábamos afilados en ciencias pero nuestro saber científico,
pudo muy poco contra la criollada de los evaluadores, que permutaron las
pruebas. De tal suerte que los que nos acompañaron en esas jornadas aurorales: Oswaldo Lagos y Marcos Maury, si tuvieron
éxito, porque postularon a letras y lo
que asimilaron de ciencias, en la gran pizarra de la Plaza de Armas, les alcanzó y sobró.
- ¿Y que
fue de Oswaldo Lagos ? – inquirí para retomar el hilo.
- ¡Ah, él
vive ahora en San Borja, tiene una tremenda mansión! apenas terminó su gestión
edil, se trasladó a Lima con toda su familia – me confidenció Erasmo.
- ¿Y has
visto a Marcos Maury?
- Ya tiene
como diez años en Estados Unidos ¿No lo sabías?
- ¡Sí, sí,
sabía que estaba por allá! – anoté, casi vociferando.
Elevando
igualmente la voz y cada vez mas sonriente, encarnados los carrillos y fulgurantes
los ojos, respondíame Erasmo y me examinaba de pies a cabeza, como si recién
nos encontráramos. De manera similar también yo, comenzaba a sentirme
abochornado y una tibia y agradable alegría me acariciaba el alma.
- Yo creo
que no debimos desterrar a la Coca cola, se nos está poniendo como rocoto la
nariz – solté, por decir algo. Le indujo una risa desternillante y pertinaz a
Erasmo. Le costó calmarse y cuando lo hizo, continuó parloteando hasta el
infinito, de sí mismo:
Que después de aquél revés, él
insistió con otra tentativa de ingreso, que tuvo éxito pero, a Derecho y
Ciencias Políticas, que fueron muy duros sus inicios en el ejercicio de la
jurisprudencia, que ningún cliente acudía a su bufete, que personalmente él
tenía que arrebatárselos a los colegas en el patio del Palacio de Justicia, a
la manera de los tricicleros disputándose la carga en los centros de abastos y
que, demasiado lento fue el proceso de hacerse de un nombre, etc.
- Demoré muchos años, pero al fin
pude acomodarme, ahora soy profesor en el Pedagógico Iberoamericano. Es un ente
privado pero me pagan bien – concluyó suspirando profundo, como si en esa larga
perorata, hubiera reeditado el desarrollo
de aquellos sucesos.
Y finalmente rendidos por los genios
de las botellas que destapamos, apuntalándonos a cuatro pies, salimos en busca
de un taxi que, apareció como si nos
aguardara y raudo, supongo en cosa de 15 ó 20 minutos, nos puso en la puerta de la casa
de Erasmo.
- Déjame preparar el terreno – pude
entenderle y se adelantó. Al abrirle la puerta su esposa, la discusión era
previsible; ¡se armó! Era muy comprensible
y justificable, es que mientras Cristo sufría terrible agonía en la Cruz,
nosotros nos refocilábamos como chanchos. Me asaltó la tentación de la fuga,
pero no conocía bien la Ciudad y estaba borracho así que no atiné a nada.
Intempestivamente, la discusión cesó
y Erasmo, con alegre mueca, me hizo señal para pasar. Detrás de él, me esperaba
muy sonriente la Sra. Reyes. ¡Por poco me caigo de espaldas! Allí estaba de pie
la sorpresa de mi vida, ! Eso sí que fue mayúsculo... ! era Mayra Becerra la rubiecilla
por la que hice el viaje, La misma Mayrita de la que todos estábamos enamorados
en el Colegio San Benito, de secundaria especial para irrecuperables. Estaba más
bonita, y creo que hasta ese momento, su piel de armiño, no había requerido del
auxilio del bisturí. Ni esos sutiles pliegues en el rostro, habían conseguido
borrar su jovial talante y su risueña sonrisa.
Ella no permitió que me fuera al
hotel y me acomodó en el cuarto desocupado de su único hijo, Alfonso, que estudiaba
en el Emory University en Georgia, Estados Unidos, donde, según me lo relató
orgullosa, tenía de profesor de literatura española al mismísimo Mario Vargas
Llosa. Me dormí sin darle oportunidad a mis desvaríos.
Cuando
desperté ya el sol estaba alto y me parecía que la cabeza se me había partido
en pedazos. No encontré a nadie en la casa. Sólo una nota en la mesa del
comedor explicaba que, como los dos salieron temprano al trabajo, me invitaban
a que me sirviera el desayuno y me rogaban, los esperara hasta la tarde.
Me animé a tomar un cafecito que
acompañé con unos deliciosos panecillos briodge que me tentaron desde una linda
panerita de junco, los tomé a medias y salí, dejando una nota de agradecimiento
y asegurando bien las puertas.
Chanelo
Chanelo
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