LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

viernes, 1 de septiembre de 2017

AQUEL PANFLETARIO: "LOS AMORES DEL DIABLO"

                                 



                                   SOBRE JOSE RUIZ HUIDOBRO, EL AUTOR:

              Escritor y periodista oriundo de la hacienda Vicos (desde 1952 Comunidad de Vicos), al sur de la capital de la provincia de Carhuaz, De pluma vital, cadenciosa y enganchadora. Ruiz Huidobro es, junto a Aurelio Arnao Loli, el antecedente referencial del relato fantástico en Ancash. Nació el 25 de mayo de 1885 y murió en Lima el 8 de julio de 1945. Su paso por la Escuela Primaria fue breve, su sólida formación literaria autodidacta, la debe a su vocación y su extraordinaria perseverancia.
Se ganaba la vida, ejerciendo periodismo en periódicos y revistas de Huaraz y otras ciudades, formó parte de la redacción de la revista "La Neblina". En 1924 ingresa a la redacción del recordado diario "El Departamento", entonces la publicación más importante de Ancash y en 1926, se desempeñó como su director. En 1927, asociado con José Manuel Cerna, funda "La República" diario de la tarde, al cual dirigió los tres años de su existencia. Tras reiterados proyectos, con intenciones de quedarse en el terruño, finalmente tuvo que emigrar a Lima, donde continuó su trabajo en periódicos y revistas. Entre las obras que nos legó, están sus poemas y cuentos, algunos de los cuales se agrupan bajo el título de "Aquel Panfletario" publicado en 1926 en Huaraz. De él extraemos uno, como el botón de ese otro célebre refrán; para muestra.                  Chanelo

                                               "LOS AMORES DEL DIABLO"

              Viene a mi pluma la donosa ocasión de ocuparme de los amores del diablo en esta muy generosa ciudad de Huarás, y no quiero perder ni dejar de mano tan divertido tema,¡El diablo en Huarás! el caso es para poner los pelos de punta a cualquier hijo de vecino, pero como no pretendo asustar a mis lectores, comenzaré por afirmar que son casos y cosas de otros tiempos. Ya el diablo no viene por estos andurriales. Entretiénese Dios sabe dónde y cómo, y ahora ni para remedio se presenta. Quienquiera conocerlo, tendría que recurrir a empolvados infolios o a borrosas pinturas. Tal es el desuso en el que ha caído este personaje, que nadie se ocupa ya en reproducir la ruin estampa que antaño campeaba en todas partes, y sus retratos van siendo tan viejos como su historia.
              Pero vamos al cuento, y dejemos aparte exordios y disquisiciones.
              Hace tres cuartos de siglo, Huarás era una apacible y monótona población. sin telégrafo, sin alumbrado público y con correos mensuales a la Capital de la República, la vida huarasina tenía algo de patriarcal.
              Las pocas noticias de la República y del extranjero, se comentaban durante todo un mes. Así, pues, la llegada de cada uno de los correos de Lima, que hacían el viaje por tierra, era un verdadero acontecimiento. La gente se acostaba a las ocho de la noche y al alba ya estaba de pie todo el mundo, como suele decirse.
              Las ocupaciones principales eran la agricultura y la ganadería. El comercio, muy escaso, estaba en manos de tres o cuatro bachiches y chapetones. Entre el cuidado de las chacras, las misas, rezos y alguna visitilla a las familias amigas trascurrían las doce horas del día. No puede darse vida más tranquila y morigerada.
              Por las noches, uno que otro farolillo o candil mortecino, alumbraba débilmente ciertas calles de la ciudad. Asi es que en cuanto oscurecía, muy osados habían de ser quienes se lanzaran a la calle.
              Fue en esta época que el diablo, enamorado de una gentil doncella, dio en el prurito de hacer sus excursiones por esta ciudad, y por cierto que sus aventuras hicieron bastante ruido, tanto que hasta mí ha llegado el relato de ellas, y voy a hacértelo, lector amigo, sin agregarle ni quitarle nada.
              Helo aquí:
              En el final de la cuarta cuadra de la calle de Bolívar, como quien va de la Plaza y en la acera izquierda, existía en aquellos tiempos (creo que existe todavía) una pequeña tenducha, sin más salida que la que daba a la calle referida. Habitaba en ella una garrida y un si es o no es coqueta huarasina de veinte abriles, que por achaques de fortuna habíase quedado huérfana y sin parientes. Mercedes, que tal era el nombre de esta hija de Eva, llevaba sin embargo ordenada y cristiana vida. Sin perjuicio de asistir a misas y misiones, sin dejar de confesarse y comulgar por pascua florida y siempre que era menester, era no obstante amiga de enseñar sus lindos y pequeños dientes y de lanzar airadas miradas asesinas a cuanto mancebo se ponía bajo el fuego de su mirada aterciopelada.
             Pero nadie, ni aún el más apuesto galán huaracense, podía jactarse de haberle inspirado un sentimiento más íntimo que el de una simple amistad. La mocita no admitía requiebros sino de día, y aunque de noche, su tenducha permanaecía abierta hasta las nueve, menudo chasco se habría llevado quien hubiera pretendido de ella algún gajecillo de amor. Y si abría de noche, no era por correr aventuras, no. Era por vender algunas cosillas que constituían su negocio y que las comadres de la vecindad compraban muy satisfechas de encontrar una tienda abierta cuando todos los bodegueros y comerciantes dormían plácida y tranquilamente.
             Durante los retos que las atenciones del tenducho se lo permitían, Mercedes tejía al luz de una lámpara, esas prodigiosas mallas que pueden competir con los mejores encajes de Alencón y Valenciennes. Sola, siempre sola, su existencia deslizábase apacible y risueña, como esos arroyuelos que parecen no tener otra misión que murmurar alegremente inundando praderas llenas de flores y verdor.
             Algunos galanes, desdeñados, dieron en la manía de espiarla, y lo único que resultó fue que se espiaron uno a otro mutuamente. Mercedes era pues inabordable e inabordable habríase quedado, a no mediar la aventura que da margen a este cuento.
            Era una noche del mes de abril de 1839. La luna magnífica y esplendorosa, como sabe serlo en este cielo de Huarás, hallábase en el plenilunio. Las calles de Huarás yacían en completa soledad, y entre las dos fajas de penumbra que en ellas proyectaban los techos, la luz lunar se derramaba como un amplio caudal que trazara cruces en las esquinas. Las noches de luna, el Municipio ahorraba los faroles y en la calle de Bolívar no había más luz que la que se escapaba de la humilde vivienda de Mercedes, Las nueve serían cuando una viejecita, que moraba a pocas cuadras de la casa de Mercedes, penetró a la tenducha.
             - Vecina buenas noches.
             - Buenas noches vecinita ¿Es que va a Ud. a velar?
             - No vecina. Quiero que me venda Ud. una esperma
             - Muy bien vecina - y mientras Mercedes tomaba la vela, la mirada de la viejecita tropezó con la figura de un hombre, tranquilamente arrinconado en uno de los extremos de la tienda. El hallazgo visual no era para pasar desapercibido ¡Un hombre en la casa de Mercedes!,¡ A tal hora!
             Y la viejecita entre espantada y confusa, santiguóse tímidamente.
             El hombre lanzó una especie de rugido y miró a la anciana con tal expresión de amenaza, que aquella sintió un escalofrío en todo su ser. tomó apresuradamente la vela, pagó y fuese temblando.
             Al día siguiente, la noticia culminante del barrio, era la presencia de aquél sujeto en la morada de la bella Mercedes. La viejecilla había soltado la sin hueso y todo eran comentarios. La especie corría de boca en boca y no hubo vecino, ni vecina, que no echase ese día, al interior de la casa, una mirada investigadora y burlona. Pero ¡Oh sorpresa! Mercedes estaba sola, tan sola como siempre. Algunos creyeron que solo era una invención de la vieja de marras, otros, menos fáciles de convencerse, propusieron esperar la noche.
             Apenas anocheció, Mercedes fue atisbada y eran las ocho de la noche cuando los curiosos pudieron ver al sujeto, causa de su desvelo, comodamente apoltronado en un antiguo sillón de brazos, en el mismo sitio que la viejecita lo viera la noche anterior.
             Contentos de haber satisfecho su curiosidad unos, otros envidiosos de la suerte del tipo aquél, que así, de buenas a primeras, y sin más trámite era recibido por Mercedes en la intimidad, los atisbadores fuéronse a dormir.
             ¿Quien era el galán aquél? ¿De donde venía? ¿Cómo vivía? Estas y otras o parecidas eran las preguntas que se hacían vecinos y vecinas. Y lo que más intrigados les traía era la rara catadura del nocturno visitante. Era el tal, alto y esbelto. Nariz roma, ojos negros y brillantes, y enormes y bien retorcidos mostachos, daban a su rostro una expresión desconcertante. Vestía de negro y era su traje el de un hombre habituado a viajar. Usaba altas botas y las espuelas demostraban que cabalgaba todos los días. Un enorme sombrero de Guayaquil, con una cinta bien ancha, llenaba de sombra su fisonomía, completando el conjunto.
              Parece un gaucho, en estas palabras resumieron los curiosos su opinión.
              Y era lo más raro que Mercedes parecía no percatarse de su presencia. Tranquilamente hacía su malla, a un extremo del aposento. Mientras en el opuesto, el caballero galán, apoltronado, fumaba cigarros blancos de buen tabaco de Jaén.
              Así las cosas, cierta noche, y a la hora en que Mercedes acostumbraba a cerrar la puerta de calle del tenducho, la viejecita de marras fue a comprar un paquete de azul de ultramar. Después del saludo consiguiente, hízola entrar Mercedes y le despachó el artículo solicitado. El 'gaucho' continuaba imperturbable, en su sitio de costumbre y, cuando entró la vieja, el individuo aquél, no solo no la miró como la primera vez, sino que levantando la mano derecha, rapidamente se encasquetó el sombrero que llevaba, como queriendo ocultar el rostro. La vieja curiosa como buena hija de Eva, miró y remiró insistentemente al desconocido. Nada pudo sacar en claro. Pagó su compra y despidióse. En pos de ella fue Mercedes hasta la puerta y apenas traspuso la anciana el dintel. Mercedes cerró y casi instantáneamente, partió del interior del tenducho, un grito terrible, desesperado, y el ruido que hace un cuerpo al caer a tierra.
               La vieja, que oyó el grito, temerosa y medrosilla, huyó santiguándose. Era una noche de luna, la luz de este astro, clara y serena, se esparcía a torrentes por todos los ámbitos de la ciudad dormida.
               Al día siguiente, los vecinos y transeúntes, vieron con asombro, que la puerta del tenducho, permanecía herméticamente cerrada. Comenzaron las hablillas y comentarios y el barrio se hizo lenguas acerca de la ausencia de Mercedes. Y pasó un día y otro día y otros más, y la puerta de aquella vivienda continuaba cerrada, sin que nadie pudiera dar la menor noticia de la gentil doncella.
               Al cabo de cuatro días, el subdelegado de la provincia, vivamente intrigado por los decires que corrían de boca en boca, constituyóse con un buen número de vecinos notables y procedió a abrir la puerta de Mercedes. Abierta aquella, penetró el representante de la autoridad con su séquito. La primera habitación nada de particular ofrecía, todo estaba en su sitio ordenado e intacto, pero en la habitación contigua, o sea en el dormitorio de Mercedes, los circunstantes vieron con estupor al pie del lecho vacío, todas las vestiduras de Mercedes arrojadas en el suelo y ella...¿ella?  Inútiles fueron todas las investigaciones hechas. No se encontró el menor indicio por el cual pudiera saberse el paradero de Mercedes.
               La puerta demostraba haber sido cerrada por el interior y como la casucha no tenía otra salida, la desaparición de Mercedes pasó a la categoría de los misterios. Requisitorias e investigaciones, todo fue inútil, la mocita se había evaporado. Entonces los vecinos y comadres del barrio, declararon que el 'gaucho' no podía haber sido sino el diablo y que el diablo había cargado con la codiciada mujercita, que los tenorios huarasinos no habían podido conquistar.
               Un transeúnte que llegó a esta ciudad la noche de la desaparición y que venía de Conchucos, declaró que en el paraje denominado "Recibimiento" en el camino de esta ciudad a Recuay, había encontrado a un jinete alto y bien montado, que llevaba en brazos a una mujer vestida de blanco y al parecer desmayada. Entonces llegóse a la conclusión lógica de que el diablo, enamorado de Mercedes y cansado sin duda de su prolongada soltería de tantos siglos, había raptado a la bella huaracina, tomando el camino de Recuay, para volver a sus tenebrosos dominios.

                                                                          II

                Veinte años más tarde, en una casucha del barrio de Belén, moría un individuo, víctima de un ataque cerebral. aquél hombre había vivido como un réprobo - sin parientes y sin amigos - encerrado en un mutismo sombrío, su existencia deslizárase en un aislamiento espantoso.
                Llegó a Huarás, una trade lluviosa, dos años antes de su muerte. Tomó en alquiler la primera casa que encontró desocupada y se estableció en ella de manera muy modesta, casi miserable. No salía de su casa sino de noche, muy embozado. Vestía siempre de negro y usaba un enorme sombrero de Guayaquil. Alguien aseguró haberlo visto, cierta noche, regresar a caballo, llevando de tiro una bestia que conducía un enorme baúl y desde entonces sus salidas nocturnas fueron menos frecuentes.
               Cuando enfermó, un buen sacerdote que vivía cerca fue a verlo y al encontrarlo gravemente postrado en cama y sin la menor asistencia, envió un par de religiosas betlemitas que lo atendieron.
               Murió al siguiente día de aquel en que fue a verlo el sacerdote y, como el ataque que sufriera lo inmovilizó, quitándole hasta el habla, murió como había vivido, silenciosa, calladamente.
               La casualidad sin embargo, reveló algo del pasado de aquel extraño sujeto: el mismo día en que sus restos habían sido trasladados a la fosa común, el tenducho en que había vivido fue invadido por los vecinos. Mientras él vivió, nadie había osado entrar a su morada. Tal era el temor que inspiraba su sola presencia. Muerto él, su aposento fue recorrido por cuantos penetraron. No dejaba papeles de ninguna clase. Un catre, un gran baúl vacío y algunas puñadas de tabaco, esparcidas aquí y allá, era todo lo que quedaba.
               Un curioso penetró al segundo aposento, lo halló vacío, pero advirtiendo una escalera que subía a un desván, trepó por ella y penetró ala buharda. Entonces a la luz que se filtraba por un ventanuco, vio con espanto un cuadro siniestro: Sobre un cobertor muy usado, yacía un esqueleto humano, algunos harapos le servían de vestidura y una rubia cabellera que el polvo y el tiempo habían deteriorado, demostraban que aquél esqueleto pertenecía a una mujer
                           ..................................................................................................
                      ...........................................................................................................
               Los amores del diablo terminan trágicamente. La hermosa mujer que él raptara en un deliquio amoroso, era, a no dudarlo, ésta, cuya osamenta admiraron cuantos en pos del primer curioso penetraron al desván.
               ¿Quien fue aquél hombre? Jamás ha podido ser identificado. Fue sin duda un réprobo. Como tal había vivido, como tal había muerto.
               Al día siguiente, el esqueleto de Mercedes fue también a las fosa común y allí, en la tumba de los sin fortuna, se mezclaron los huesos de aquellos dos seres que otrora calcinara el amor y que ahora unía para siempre el hielo de la muerte!....








No hay comentarios:

Publicar un comentario