LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

viernes, 29 de septiembre de 2017

ADITA








ADITA
  Se le hacía difícil respirar, sentía muy caliente el aire y densa la lerda brisa  le traía variados olores, exóticos, inusuales, se le hacían muy extraños. No era eso sin embargo, lo que más le preocupaba. Llevaba ya más de media hora, desde que se apeó del mítico bus de la “Empresa Roggero”,  intentando salir de ese crucero tan terrible, pero  el vendaval de carros era infinito. El inmenso y emblemático edificio del Ministerio de Educación, al que conoció de oídas por los cuentos, como ese, que colocaba enfrente a uno de sus paisanos  y mientras lo miraba extasiado, de arriba hacia abajo, se le acerca un endomingado en desgracia y autoritario le encaja la advertencia:
-¡Se paga por los pisos que cuentas!, ¿cuántos has contado? - … y el otro vivazo, le miente y le balbucea que sólo doce.
- ¡Ah, son dos soles con cuarenta, es una peseta por piso!
Y de regreso, en su choza de la invasión de la pampa de Comas, donde con otros miembros de su clan, han agarrado un lotecito, les cuenta muy orondo:
- Jajai, ley engañao a ese negro del Parque universitario, ley dicho que he contao doce pisos del minesterio, cuando había contao ya todos. 
El rascacielos limeño, lo intimidaba y fascinaba al mismo tiempo, parecía vigilarlo todo, hasta su angustia por salir de allí. Había en el medio mismo del crucero, una pérgola con patas, desde la cual dirigía el tráfico, un policía que lo miraba de rato en rato.
-¿Qué haces cholo, estás contando los carros?-  con una familiaridad que lo desconcertó y palmeándole la espalda, se le acercó un zambito que le sonreía como si lo conociera y con un brusco y súbito espasmo, intentó arrebatarle del hombro, el costalillo en el que llevaba su poca ropa y los “encargos” para sus parientes. No contó con que el Tío Chico, que viajaba periódicamente con su negocio de sillas, ya le había prevenido sobre los ladrones y embaucadores del Parque Universitario. El zambo era fuerte y lo arrastró en la vereda, pero el nudo en el cinturón resistió, por lo menos hasta que llegó el policía de tránsito, que le puso el revólver en su cabeza y lo mandó al sur.
-¡Largo de aquí rata de mierda!
Y el zambo se escabulló entre el gentío que apuraba el paso en busca de todo y de nada.
-¿De dónde vienes? – le preguntó el Guardia civil, al mismo tiempo que le señalaba que reculara sus pasos, hacia el Jirón Inambari. Le inspiraban confianza los Guardias civiles, porque su abuelo materno fue gendarme
- De Maraybamba – le respondió.
-¿Dónde queda eso?
- En Ancash Señor…
-¡Ah, en Huaraz!
-No, en Ancash señor…
- ¡Por eso!
          Ya no le respondió, siempre era lo mismo. Era evidente que el custodio del orden no tenía ni noción de su pequeño pero entrañable pueblo,  en las estribaciones amazónicas del Marañón, al cual lo separaban de Huaraz, la Capital del Departamento, 142 kilómetros de dura trocha y otro tanto en lomo de acémila. Ciudad que él no pudo conocer, porque se vino por Chimbote vía tren de Huallanca en Huaylas.
En el Jirón Inambari, al frente de la Gruta de la Virgen de Lourdes, había un restaurancito de muy mala muerte. En sus descuidadas mesas bebían, hipaban o dormitaban  tres o cuatro borrachos. Se pusieron muy seriecitos cuando vieron al Guardia. Pero no era a ellos a los que buscaba.
-¡Eviitaaa!, ¡Eviitaaa! – voceó desde la puerta haciendo bocina con sus manos.
- ¡Que pasa cholololo! ¿Por qué tanto chongo?
La que salió y contestó acaramelando su voz y contorsionándose como bailarina berebere, era la tal Evita, que no estaba mal, a pesar del entorno. Solo un poco ajada por las constantes malanoches o las fugaces nochebuenas quizás.
-¡Hola “Primor”! – le saludó a su vez el “cholololo” entornando los ojos y ensayando una mueca, que probablemente fue sonrisa antes de haberse tuteado tanto con los malandrines – termino dentro de un par de horas,  mientras te lo encargo – le suplicó con un ademán indicativo del mentón y engolando la voz – porque si no, a este muchachón lo despluman los “angelitos” del Parque.
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El día del baile de su Promoción,  “Luis De la Puente Uceda” del Colegio Alcides Carrión de Maraybamba, el único de toda esa vasta cuenca, el competente e intachable profesor de Matemáticas, Don Fabián Collazos, le aconsejó:
-“Tú das para mucho más cholo, ándate a Lima y estudia, estudia Ingeniería”
-“Pero de donde voy a sacar el dinero para estudiar profesor”
-“No serías ni el primero ni menos el último, que trabaja y estudia. Lucha, sacrifícate. Así la recompensa será más tuya, la satisfacción será mucho mayor”
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Tenía un bello rostro Evita, de ojos hermosos aunque algo mustios, enmarcado por un cabello castaño, con un corte al estilo de Cristóbal Colón,  con un cerquillo, coqueto como el mohín de sus carnosos labios, esculpido sobre su frente, sabe bien Dios que con la pertinente pretensión de remendar molestas cisuras de agonía u ocaso.  Suavizando lo más que pudo su aguardentosa voz,  interceptó sus recuerdos.
          -¿Y tú cómo te llamas buen mozo?
          - Ramiro, Ramiro Silvestre Córdova, para servirle señorita.
          - Tu acento me resulta familiar, ¿Eres de Pomabamba? – le pregunta a la vez que compulsa sus rasgos. Por la curiosidad que exhibe, no puede ser solo profesional su interés.
          -No, soy de Maraybamba…
          -¡Ah, con razón! – yo viví cerca de diez años en la hacienda “Agua Santa” – le bisbisea, asegurándose con su puntiaguda y otrora bella e inquieta mirada, como de “cullcu”*, que Ramiro es el único que puede escucharla.
          -¡No puedo creerlo…acabo de recordarla, Ud es Adita… la que nos robaba el sueño a todos los alumnos de la Escuela!
          - ¡Shhhh, pero no grites!....no me digas que me conoces.
          -Sí, ya la recordé, el viejo hacendado Germán Vidal la tenía secuestrada.
          -Yo no era su prisionera, era su amante – le ilustra, se justifica con un gesto de su mentón helénico y se pavonea con una satisfacción, más fingida que ademán de protocolo monárquico en el siglo veintiuno.
          -¡Ah! –exclama Ramiro como expresando conformidad.-  “Eso ni le da ni le quita” - piensa, evocando la hechizante mirada aquella, que inquietó su infancia y la de todos sus amigos, que ahora de modo inverosímil o gracioso, la encuentra muy cerca, pero perceptiblemente deslucida, sin el centelleo ni la provocación de entonces. En su gozosa aunque algo desilusionada auscultación, descubre también algunos surcos, prestos a manifestarse, en las comisuras, en las órbitas, en la frente. “Ya no es Adita, ahora es Evita” concluye.
          Evita está de muy buen humor, conversa plenamente complacida con Ramiro, un paisano… bueno, casi paisano y agraciado, de buen parecer a primera impresión.
          -¿Ya conocías Lima o es la primera vez?
          -Es la primera vez que salgo de mi tierra…
          -¡Excelente! ¿Y Lima no te hace sentir apocado? – Evita hace la pregunta con intención doble, empieza a sentirse demasiado a gusto con ese joven, que demuestra una gran madurez, como que ya debe andar atisbando los treinta años.
          -No entiendo porque tendría que sentirme así – le responde sonriendo, pero sonrojándose un poco. Le parece captar que la mirada de Adita, se transforma. Un flamígero pensamiento, por otra parte, cruza raudo por su mente: “Si Teófilo viera que estoy a solas con Adita”
          Teófilo, el más gamberro del grupo,  fue más intrépido que él; que todos. En la ocasión que pintan calva, cuando el veterano gamonal fue a “Maray” para abastecerse de víveres  y cosas para la hacienda, trepó por el viejo y erosionado muro de adobes de atrás del caserón y atravesando de puntillas el patio,  se metió a los aposentos de Adita. Era el mayor y más grande del grupo, frisaba los trece años, más o menos. Era todavía un niño y sin embargo, asiento constancia, de que nunca se retractó de su versión, según la cual, Adita le hizo muchas promesas luego de que fue suya.
          -¿Tienes adónde  ir? – le interrumpe nuevamente la dulzona remembranza – porque el Guardia que te trajo quiere llevarte  a su casa, para que ayudes a su mujer y cuides a sus hijos, pero si tú quieres, te quedas aquí como mi asistente.
          -Tengo unos parientes en Villa El Salvador, además el Policía se va a enojar… – le responde sin mucha convicción y con un brillo compinche en los ojos, que Edita no desaprovecha.     
-¡Bah, eso déjamelo a mí, tu sígueme la corriente, desde ahora eres mi primo!
Por encima de la alta pared que rodea a la famosa Gruta, el grandioso edificio, el más alto de Lima, inmutable, solemne, le ondea su bandera rojiblanca y podría jurar Ramiro, que le escucha proferir, lo que todo provinciano al que las locas ilusiones lo sacan de su pueblo y abandona su casa para ver la capital, quisiera oír. La frase que amalgama, amasa, atesora, codicia y sueña hacerse realidad: “Cholo, luchaste como varón para vencer y conseguir el anhelo de vivir con todo esplendor” (hasta le parece el fragmento de alguna bendita composición musical). No obstante la inmensa felicidad que le embarga, siente como un dejo amargo, decepcionante, no le parece justo que el comienzo fuera tan fácil. No para él, que por años se imaginó desfaciendo entuertos contra molinos de viento, apenas llegado a la Gran Capital. “Es un hecho que nada en esta vida es perfecto” concluye para sus adentros.

CHANELO


- *cullcu - apodíctico de raíz quechua de una paloma oriunda


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