LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

miércoles, 25 de octubre de 2017

EL CATADOR

        



El famoso "Catador"



          Tal vez por desidia de sus pobladores,  por falta de imaginación, de personajes notables, por jeringar la paciencia, o quien sabe por qué, pero el pueblito se llama “El Valle”; esa es su anodina  denominación. Y es más bien privilegiada la estancia. Se ubica al pie de los ciclópeos farallones cordilleranos, conocidos como “Los sargentos”, en un rellano de cálido clima, que nace en las rocas y en suave declive baja hacia el Río Mayo, que se llama así, probablemente porque es en ese mes cuando crece desmesuradamente, a causa del final del tiempo de lluvias, que tras muy variadas aceleraciones y menguas, se despide con un prestissimo, a veces tan alborotador que causa muchos estropicios, afectando chacras, casas y animales. Su diseño es simple, hileras de casas paralelas al río, con hileras transversales, las que, con el tiempo, poco a poco van ganando el aspecto y la categoría de calles. Desde antaño, todas las casas  tienen “huerto”, porque  aunque con mayor población, muchas mejoras, progreso y problemas, el pueblo supervive estacionado en el tiempo y el espacio. Esta historia tuvo lugar, cuando el afable pueblito, enclavado en un meandro de feracidad y luz de los Andes norteños de nuestro país, no contaba con más de doscientos laboriosos habitantes; todos fruticultores.
          Don Vito Andrade, era el más favorecido por el destino, pues había heredado, buenas extensiones de tierra, tanto en “El Valle”, como en parajes aledaños. Vivió con sus padres en la mejor construcción, la que en un tiempo aún no muy lejano fue la casa – hacienda. Mozo de familia acomodada, criado con superávit y molicie, tenía el comportamiento propio de su standing, era vozarrón, confianzudo e irrespetuoso. Pero caso curioso o tal vez sintomático, no tenía enamoradas, a pesar de su porte y patrimonio. O le rehuían o él les temía, el caso es que ya era cuarentón y tanto Don Abelardo, como Doña Albertina, sus preocupados padres, temían lo peor, la catástrofe, que su único hijo, el beneficiario de la heredad, resulte también, reclutado por  los medios y la farándula, optando por un camino distinto al establecido por Dios y termine como el Juan Carlos ese, en tristes espectáculos donde oculta el mondongo y sus otras grotescas sordideces con plumas y lentejuelas y a veces sin ni eso. Gran pesadumbre los embargaba y se culpaban el uno al otro de la decisión de mandarlo a estudiar a Lima.
          La determinación de darle fin a sus desasosiegos era tal, que Don Abelardo concibió un plan que comenzaba con un viaje de espionaje a Lima, de riguroso incógnito. Lo cual llevó acabo con plantilla, tras comunicarle a su consorte los detalles de su idea.
          En la capital, creía que hallaría lo que en el trayecto iba sospechando y es que entre sus recuerdos guardaba una anécdota, a la que en su momento no le prestó la debida atención y era que en una de sus pocas y cortas vacaciones que pasaba en “El Valle”, encontró a Vito, caviloso, sentado al borde de la enorme cama que le había hecho instalar en su remozado y embellecido dormitorio.
          -¿Sucede algo malo hijo?- le preguntó       
          -¡Bah!, ¡Cosas sin importancia padre!, solo me preguntaba, como había sido posible introducir una cama tan grande, por esa puerta tan pequeña.
          Lo que en esa ocasión se le figuró una chanza, de las que acostumbraba su hijo, ahora parecía cobrar otro cariz en sus pensamientos: “Este elude la chacra, con el pretexto de estudiar arquitectura y creo que lo que le gusta…¡Dios no puede permitirlo!... es la cosmetología”
          Parecía inverosímil, ver al severo y disciplinado Don Abelardo, disfrazado de los personajes más inesperados, espiando a su hijo. Sin embargo su plan dio resultado y lo puso muy contento, si bien era cierto que su hijo no estudiaba, la plata que le remitía religiosamente cada mes, la prorrateaba entre garitos de dudosa reputación y en manos del Zar del vicio Manuel Novella Trabanco, el mediático emprendedor,  dueño de negocios muy bien emplazados y prósperos: el “Cinco y medio”, la “Nené”, las “Cucardas”, el “Trocadero”, entre otros.
          Muy feliz entonces, de regreso a su tierra, le confió a su mujer, la siguiente parte  de su plan:
-Para ganarse los frijoles no son imprescindibles los estudios, tampoco yo los necesité. Así que si Vito no estudia, no es una tragedia, como la que imaginábamos. Pero entonces ya es tiempo de que aprenda a ganárselos. En su fundo de “Aguas burbujeantes”, mi prima Adelina, tiene a su hija Alfonsina, con el mismo problema que el de Vito, ya se le pasa el tren. Así que como ya previamente lo he conversado con ella, en menos de un mes tendremos boda y la mejor fiesta de los últimos cien años- concluyó con una sonrisita maliciosa.
          De acuerdo al programa la madre redactó y envió una carta a su hijo, en la que le advertía de la visita, ahora sí oficial y de protocolo, de su progenitor.
          Al principio el señorito se resistió denodadamente al secuestro, arguyendo que estaba en la etapa más importante de sus estudios porque “ya estaba por terminar la carrera”. Obligando a su padre a revelarle, con datos y fotos, los resultados de sus pesquisas. Con lo que quedó desarmado y capituló.
          Y ahora, en honor a la verdad, fiestas como esa se recuerdan muy pocas, la algarabía y la inmoderación era general, todos estaban contentos y felices; menos los novios.
          Como regalo de bodas, el “Viejo” le dio a Vito, en administración autónoma toda la Quebrada de la Huaychaca, que en sus altas mesetas producía choclo, trigo. cebada, papas, habas, achís, quinua y en sus partes bajas, alrededor de la confluencia del río Yanamayo, con el propio Mayo, una gran variedad de frutas, además de yuca, camote, chivatillo, maíz de grano duro, etc.
          Su primera sorprendente acción, fue comprar el camión Dodge 300, que hacía ya bastante tiempo lo tenía en venta Don Abdón Brito, al cual rebautizó como: “El Catador”. Para su manejo contrató al famoso chofer Avelino Silvestre, célebre no por su maestría en la conducción, sino por la cantidad de hijos que, en distintas madres tenía y que afirmaba la gente llegaban a 38.
          Todo parecía encaminarse por las rieles de la felicidad en la Huaychaca. Lo que sí llamó la atención, porque escapaba de lo previsto y del sentido común, fue que Don Vito, se hizo cargo de la conducción del camión, dejando a Silvestre a cargo de las labores del campo, y es que así se regalaba, una casi perpetua temporada vacacional; muchos felices días de vagabundeo y disipación, “negociando” sus productos en Trujillo. 
          Al paso de los años, la gente, que en todos sitios es entrometida y cizañera, jueza e inquisidora implacable, comenzó, con sus habladurías a generar fisuras, en esa dicha, aparentemente muy robusta y perdurable. La comidilla hacía notar, de que de los seis hijos, una mujer y cinco varones, que tuvieron Vito y Alfonsina, solo la mayor se le parecía. Y eso no era lo peor, por eso bien se dice que “la gente”, esa imprecisa masa, anónima pero poderosa, es mala. Ocurría que esparcía como ácido corrosivo sobre el metal, la versión del gran parecido de los cinco varones, con el silencioso pero siempre sonriente Avelino.
          En la ruta de la Huaychaca, hay que atravesar varias quebradas, que solo traen abundante caudal cuando llueve en las alturas, La única que tiene puente es la de los Alamos. Las demás, probablemente porque siempre que cargan agua arrastran material de erosión, tienen un badén para el que, cualquiera sea el sentido de abordaje, se sube al entrar y se baja al salir, y con cada temporada de lluvias resulta más empinado y arduo el acceso. Allí en la segunda quebrada, en la quebrada del Lobo, ocurrió la tragedia del jueves último, que causó gran consternación en toda la zona y que la Policía investiga.
          Poco tiempo hace que, don Vito adujo que ya se había aburrido de andar de un lado para el otro y le restituyó el timón del “Catador” al bueno de Avelino, para consagrarse al "relanzamiento de sus posesiones" - como se lo manifestó directamente.
          El Miércoles en el Puerto, Avelino se opuso a sobrecargar el camión, llevaría cuatro toneladas de semillas de papa tomaza, fruto de intercambio con la Sra. Paulina Cabanillas, que recomendaba una campaña en la costa y la siguiente en la sierra, para preservar la calidad del producto. Como el asalariado solo se puede rebelar de rodillas, venció la autoridad del patrón y al “Catador”, como siempre sumiso y mudo, no le quedó más remedio que resignarse a transportar más de dos mil kilogramos por encima de sus especificaciones de carga.
          En la quebrada del Lobo, ya habían ocurrido otros dos incidentes con los Dodge 300, uno de consecuencias fatales, en el que el Negro López brincó del abismo a la inmortalidad. Una hornacina con flores frescas siempre, pegada al cerro, nos refresca su memoria, y el otro que el suertudo de Constantino Reyes, pudo conjurar con una “echada” sobre la carretera.
          “El Catador” llegó hasta el fondo de la quebrada, como un amasijo de fierros, las papas se regaron por el roquerío y junto con ellas, Avelino, al que el camión, en su restallante rodada, pasó por encima. Falleció instantáneamente.
          “Timu” el más veterano de los ruteros, comentó muy indignado el accidente:
          -Mil veces les he explicado que es muy peligroso, muy irresponsable, exigirle al Dodge 300, en esta subida tan empinada y con tanta carga. Al motor le falta potencia y se agota, como los frenos son hidráulicos, no lo aguantan y el carro se va para atrás sin remedio – y luego bajando la voz y cubriéndose la boca con la palma, como hacen también los jugadores profesionales de fútbol, nos susurró: 
           - Y creo que Don Vito lo sabía muy bien.

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