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El famoso "Catador" |
Tal vez por desidia de sus pobladores, por falta de imaginación, de personajes
notables, por jeringar la paciencia, o quien sabe por qué, pero el pueblito se llama
“El Valle”; esa es su anodina
denominación. Y es más bien privilegiada la estancia. Se ubica al pie de
los ciclópeos farallones cordilleranos, conocidos como “Los sargentos”, en un
rellano de cálido clima, que nace en las rocas y en suave declive baja hacia el
Río Mayo, que se llama así, probablemente porque es en ese mes cuando crece
desmesuradamente, a causa del final del tiempo de lluvias, que tras muy
variadas aceleraciones y menguas, se despide con un prestissimo, a veces tan
alborotador que causa muchos estropicios, afectando chacras, casas y animales.
Su diseño es simple, hileras de casas paralelas al río, con hileras
transversales, las que, con el tiempo, poco a poco van ganando el aspecto y la
categoría de calles. Desde antaño, todas las casas tienen “huerto”, porque aunque con mayor población, muchas mejoras,
progreso y problemas, el pueblo supervive estacionado en el tiempo y el espacio.
Esta historia tuvo lugar, cuando el afable pueblito, enclavado en un meandro de
feracidad y luz de los Andes norteños de nuestro país, no contaba con más de
doscientos laboriosos habitantes; todos fruticultores.
Don Vito Andrade, era el
más favorecido por el destino, pues había heredado, buenas extensiones de
tierra, tanto en “El Valle”, como en parajes aledaños. Vivió con sus padres en
la mejor construcción, la que en un tiempo aún no muy lejano fue la casa – hacienda.
Mozo de familia acomodada, criado con superávit y molicie, tenía el
comportamiento propio de su standing, era vozarrón, confianzudo e irrespetuoso.
Pero caso curioso o tal vez sintomático, no tenía enamoradas, a pesar de su
porte y patrimonio. O le rehuían o él les temía, el caso es que ya era cuarentón
y tanto Don Abelardo, como Doña Albertina, sus preocupados padres, temían lo
peor, la catástrofe, que su único hijo, el beneficiario de la heredad, resulte
también, reclutado por los medios y la
farándula, optando por un camino distinto al establecido por Dios y termine
como el Juan Carlos ese, en tristes espectáculos donde oculta el mondongo y sus otras grotescas sordideces con plumas y lentejuelas y a veces sin ni
eso. Gran pesadumbre los embargaba y se culpaban el uno al otro de la decisión
de mandarlo a estudiar a Lima.
La determinación de darle
fin a sus desasosiegos era tal, que Don Abelardo concibió un plan que comenzaba
con un viaje de espionaje a Lima, de riguroso incógnito. Lo cual llevó acabo
con plantilla, tras comunicarle a su consorte los detalles de su idea.
En la capital, creía que
hallaría lo que en el trayecto iba sospechando y es que entre sus recuerdos
guardaba una anécdota, a la que en su momento no le prestó la debida atención y
era que en una de sus pocas y cortas vacaciones que pasaba en “El Valle”,
encontró a Vito, caviloso, sentado al borde de la enorme cama que le había
hecho instalar en su remozado y embellecido dormitorio.
-¿Sucede algo malo hijo?-
le preguntó
-¡Bah!, ¡Cosas sin
importancia padre!, solo me preguntaba, como había sido posible introducir una
cama tan grande, por esa puerta tan pequeña.
Lo que en esa ocasión se
le figuró una chanza, de las que acostumbraba su hijo, ahora parecía cobrar
otro cariz en sus pensamientos: “Este elude la chacra, con el pretexto de
estudiar arquitectura y creo que lo que le gusta…¡Dios no puede permitirlo!...
es la cosmetología”
Parecía inverosímil, ver
al severo y disciplinado Don Abelardo, disfrazado de los personajes más
inesperados, espiando a su hijo. Sin embargo su plan dio resultado y lo puso
muy contento, si bien era cierto que su hijo no estudiaba, la plata que le remitía
religiosamente cada mes, la prorrateaba entre garitos de dudosa reputación y en
manos del Zar del vicio Manuel Novella Trabanco, el mediático emprendedor, dueño de negocios muy bien emplazados y
prósperos: el “Cinco y medio”, la “Nené”, las “Cucardas”, el “Trocadero”, entre
otros.
Muy feliz entonces, de
regreso a su tierra, le confió a su mujer, la siguiente parte de su plan:
-Para ganarse los frijoles no
son imprescindibles los estudios, tampoco yo los necesité. Así que si Vito no
estudia, no es una tragedia, como la que imaginábamos. Pero entonces ya es
tiempo de que aprenda a ganárselos. En su fundo de “Aguas burbujeantes”,
mi prima Adelina, tiene a su hija Alfonsina, con el mismo problema que el de
Vito, ya se le pasa el tren. Así que como ya previamente lo he conversado con
ella, en menos de un mes tendremos boda y la mejor fiesta de los últimos cien
años- concluyó con una sonrisita maliciosa.
De acuerdo al programa la
madre redactó y envió una carta a su hijo, en la que le advertía de la visita,
ahora sí oficial y de protocolo, de su progenitor.
Al principio el señorito
se resistió denodadamente al secuestro, arguyendo que estaba en la etapa más
importante de sus estudios porque “ya estaba por terminar la carrera”. Obligando
a su padre a revelarle, con datos y fotos, los resultados de sus pesquisas. Con
lo que quedó desarmado y capituló.
Y ahora, en honor a la verdad, fiestas
como esa se recuerdan muy pocas, la algarabía y la inmoderación era general, todos
estaban contentos y felices; menos los novios.
Como regalo de bodas, el
“Viejo” le dio a Vito, en administración autónoma toda la Quebrada de la
Huaychaca, que en sus altas mesetas producía choclo, trigo. cebada, papas,
habas, achís, quinua y en sus partes bajas, alrededor de la confluencia del río
Yanamayo, con el propio Mayo, una gran variedad de frutas, además de yuca,
camote, chivatillo, maíz de grano duro, etc.
Su primera sorprendente acción,
fue comprar el camión Dodge 300, que hacía ya bastante tiempo lo tenía en venta
Don Abdón Brito, al cual rebautizó como: “El Catador”. Para su manejo contrató
al famoso chofer Avelino Silvestre, célebre no por su maestría en la conducción,
sino por la cantidad de hijos que, en distintas madres tenía y que afirmaba la
gente llegaban a 38.
Todo parecía encaminarse por las rieles
de la felicidad en la Huaychaca. Lo que sí llamó la atención, porque escapaba de lo previsto y del sentido común, fue que Don Vito, se hizo cargo de la conducción del camión,
dejando a Silvestre a cargo de las labores del campo, y es que así se regalaba, una casi perpetua temporada vacacional; muchos
felices días de vagabundeo y disipación, “negociando” sus productos en Trujillo.
Al paso de los años, la
gente, que en todos sitios es entrometida y cizañera, jueza e inquisidora implacable, comenzó, con sus habladurías a
generar fisuras, en esa dicha, aparentemente muy robusta y perdurable. La comidilla hacía notar, de que de los seis hijos, una mujer y cinco varones, que tuvieron Vito y Alfonsina, solo la mayor se le parecía. Y eso no era lo peor, por eso bien se
dice que “la gente”, esa imprecisa masa, anónima pero poderosa, es mala. Ocurría que esparcía
como ácido corrosivo sobre el metal, la versión del gran parecido de los cinco varones, con el silencioso pero siempre sonriente Avelino.
En la ruta de la
Huaychaca, hay que atravesar varias quebradas, que solo traen abundante caudal cuando llueve en las alturas,
La única que tiene puente es la de los Alamos. Las demás, probablemente porque siempre que
cargan agua arrastran material de erosión, tienen un badén para el que,
cualquiera sea el sentido de abordaje, se sube al entrar y se baja al salir, y
con cada temporada de lluvias resulta más empinado y arduo el acceso. Allí en
la segunda quebrada, en la quebrada del Lobo, ocurrió la tragedia del jueves último, que causó gran consternación en toda la zona y que la Policía investiga.
Poco tiempo hace que, don Vito adujo que ya se
había aburrido de andar de un lado para el otro y le restituyó el timón del
“Catador” al bueno de Avelino, para consagrarse al "relanzamiento de sus posesiones" - como se lo manifestó directamente.
El Miércoles en el Puerto, Avelino se
opuso a sobrecargar el camión, llevaría cuatro toneladas de
semillas de papa tomaza, fruto de intercambio con la Sra. Paulina Cabanillas,
que recomendaba una campaña en la costa y la siguiente en la sierra, para
preservar la calidad del producto. Como el asalariado solo se puede rebelar de rodillas, venció la autoridad del patrón y al “Catador”, como siempre sumiso y mudo, no le quedó más remedio que resignarse a transportar más de dos mil kilogramos por encima de
sus especificaciones de carga.
En la quebrada del Lobo,
ya habían ocurrido otros dos incidentes con los Dodge 300, uno de consecuencias fatales, en el
que el Negro López brincó del abismo a la inmortalidad. Una hornacina con
flores frescas siempre, pegada al cerro, nos refresca su memoria, y el otro que el suertudo de Constantino Reyes, pudo
conjurar con una “echada” sobre la carretera.
“El Catador” llegó hasta
el fondo de la quebrada, como un amasijo de fierros, las papas se regaron por el roquerío y junto con ellas, Avelino, al que el camión, en su restallante
rodada, pasó por encima. Falleció instantáneamente.
“Timu” el más veterano de los ruteros, comentó muy indignado el accidente:
-Mil veces les he
explicado que es muy peligroso, muy irresponsable, exigirle al Dodge 300, en
esta subida tan empinada y con tanta carga. Al motor le falta potencia y se
agota, como los frenos son hidráulicos, no lo aguantan y el carro se va para
atrás sin remedio – y luego bajando la voz y cubriéndose la boca con la palma,
como hacen también los jugadores profesionales de fútbol, nos susurró:
- Y creo que Don Vito lo sabía muy bien.
- Y creo que Don Vito lo sabía muy bien.
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