LA TRAGEDIA DE CONDOR CERRO

lunes, 29 de mayo de 2023

YUNGAY, DOMINGO 31 DE MAYO DE 1970, 3.23 DE LA TARDE

 


PERU VOLTEA EL PARTIDO A BULGARIA, MEDALLA DE PLATA EN LOS JUEGOS OLIMPICOS DE 1968

A las 2 con 22 minutos de esa polvorienta y sombría tarde, dos días después del peor golpe natural de nuestra historia, el más letal y triste, en las faldas del cerro Atma en Yungay, el espontáneo grupo congregado por el instinto, el temor, el dolor, la angustia y transportado al teatro mismo de las operaciones por la amena, prolija y estupenda narración radial de Oscar Artacho Morgado, líder del programa “Pregón Deportivo” de “Unión la Radio”, haciendo de tripas corazón, aunque consternado, “asistía” atento, al Perú-Bulgaria, la largamente esperada confrontación futbolística, en la ya familiar sede de León, la ciudad más grande del Estado de Guanajuato.

Esa tarde del estío, de las que solían ser despejadas y luminosas, comparecía ante nuestras agallas en constatación, gris, sabulosa, muy acorde con nuestra mala suerte, que parecía infinita. Y es que la mala ventura se estaba ensañando con nosotros. Nos sobrevenía una desgracia sobre otra. Dos días antes, el espeluznante terremoto del Domingo 31 de mayo, que ocasionó esa pavorosa devastación y la inmolación de más de 70,000 almas, instaló sobre nuestras cabezas, una pastosa nube de tierra levitada que nos abrumaba, y el martes dos de junio, día crucial que, con ilusión desbordada, aguardábamos desde un año atrás, nuestra selección nacional, la mejor de todos los tiempos, debutaba con el pie izquierdo en el primer mundial de fútbol, al que asistía por méritos propios, iba perdiendo por dos goles a cero. Junto al polvo del cataclismo, tragábamos amargura y regurgitábamos desconsuelo.

            -¡Jummm! – disgustados y apenados, suspirábamos todos

 La crónica de nuestro drama comienza a escasos trece minutos de la primera etapa, “El Chito” Orlando de la Torre, recio defensa trujillano, se arriesga a una cirugía sin anestesia contra Dimitar Yakimov. El árbitro, muy severo con los nuestros desde el inicio, castiga la falta con un tiro libre, que es ejecutado por el mismo damnificado. La pelota se filtra a través de la barrera y Dinko Dermendshiev, ganándole el vivo a Luis Rubiños, de potente remate, le dobla las manos y decreta el uno a cero.

-¡Carajo, este huevón tiene manos de mantequilla! – apostrofa alguien con dolor más que con enojo, desde el anonimato, tentando salvar su amor propio, es un hincha que aprovecha la coyuntura para desembalsar estrés y zozobra. Bien pronto se arrepiente, pues la masa que juzga solo un suspiro como justo y suficiente, lo busca con un homicida gesto de reproche, literalmente dispuesto a asesinarlo, como se fue haciendo costumbre ¡Uno más entre tantos miles, que importaba!

La selección peruana conformada por endiablados genios del fútbol, entreteje filigranas, cautivando al público guanajuatense, declarado incondicional de su magia; pero no concreta. Salvo uno que otro desviado disparo, sus arremetidas se diluyen en el área rival, siempre le falta o le sobra un toque y así termina el primer tiempo.

Al comenzar la segunda etapa, el curso del cotejo sigue el mismo patrón, no varía y nos cae la noche. A solo cinco minutos de reiniciado, otro electrizante contragolpe culmina con un formidable remate de Hristo Bonev. Van dos a cero, los guarismos del marcador, nos muestran la triste y amarga realidad, es la dura verdad de las cifras.

Los seleccionados del Perú, tenían cosida en la manga derecha de sus camisetas, un improvisado crespón en ofrenda y memoria de los miles de inmolados de las tres y veintitrés del domingo pasado. Estaban asustados y muy dolidos, pero no bajaban los brazos.

 Y LA CARPA BIENHECHORA

Ese fatídico domingo y a esa hora yo estuve en el circo y todo lo recuerdo como si fuera ayer.

  -¡¡Calmados, calmados, calmaaadooós, en un temblor, una carpa es el lugar más seguro del mundo caballeeeros !!- con su áspera voz de guerreros contra el infortunio, se desgañitaron, tanteando imponerse los payasos.

Al final del horrendo sacudón se instaló la oscuridad en el firmamento. El opresivo y asfixiante manto, denso, pesado, abovedaba la avalancha de niños, una bandada de nervios y jadeos que, por instinto de conservación o tanatofobia, inocencia, gravitación, inercia o lo que fuera, pues todo se había descarrilado, nos descolgábamos rumbo la ciudad, en busca de los adultos, con una incierta certeza o tal vez la esperanza, de encontrarlos y que de una didáctica bofetada nos despertaran, y nos arrancaran de esa espeluznante pesadilla de la que no podíamos salir, con la fe en la fortaleza y la infalibilidad de los mayores y toparnos con la alentadora evidencia de que nada de lo que estaba ocurriendo era real.

Lo cierto es que, una vez que el tiempo nos distanció de ese episodio y también nos hicimos adultos, una maquinal, o biológica pero luenga reflexión, sedimentó la conclusión de que aquél fue solo un desvarío infantil, propio del pánico desatado, pues los adultos, ante tal magnitud de tragedia y puesta a prueba su robustez anímica, sin duda alguna que fueron empotrados en un trance peor que el nuestro, porque ellos además, fueron forzados a aceptar con dolor, amargura y desencanto, algo que los niños no percibíamos: contemplar sin poder evitarlo, definitivamente sepultada, una verdad de la vida, la verdad en torno de un gran invento; la propiedad, absoluta hasta entonces, la firme y segura finca, que el sismo hizo volar en pedazos, demoliéndoles sin piedad, la orgullosa garantía de su protección, su parapeto, de su seguridad en el espacio y el tiempo.

Cerril adolescente, iba yo entre los primeros y a los pocos adultos, que conmigo bajaban a todo pulmón, fue la última vez que los vi, porque sorpresivamente y a Dios gracias, “Cucharita” me cambió el rumbo. Armando Peña Figueroa el joven y solidario payaso salvadoreño, a quien nunca podré agradecer lo suficiente, a viva fuerza me despabiló y prácticamente me remolcó en sentido contrario. Junto a él iba un grupo de niños.

-¿No escuchas el aluvión? – me advirtió, señalándome una invisible pero estruendosa amenaza que se cernía embozada por el oscuro firmamento, tan denso que parecía poder masticarse.

-Arriba es más seguro –  con su índice, señalaba la cumbre del cerro Atma.

Con nosotros venía una gran comparsa de la salvación: los otros clowns, también el malabarista Zabo, dueño del Circo, el mago “Giomar”, el acróbata “Sabú”.  Todos los artistas del estelar elenco del Berolina Circus, ataviados con sus refulgentes y coloridos trajes, cual superhéroes de una alucinante historieta, frenaban a los niños y los empujaban cerro arriba. Epopeya anónima, invalorable episodio de breves minutos, en los que se entrelazaron y contendieron, su valiente y denodada determinación y nuestro pánico y desconcierto.

Frente a esa brutal contingencia, las sensaciones y posturas emanadas de la perplejidad, la ausencia de prevención o la minusvalía frente a las razones de fuerza mayor, no podían ser más que reacciones instintivas, pulsiones reflejas o para resolverlo por el gran atajo, la obra de un ser superior que guiaba voluntades y destinos.

Al influjo de esa coyuntura, tan inoportuna para la cordura o la sesuda dialéctica, así como sucedieron, así se me grabaron indeleblemente esos hechos.

Considerándome a buen recaudo, Cucharita me soltó la mano y se hizo humo. No lo volví a ver hasta hace más o menos un año que, tras medio siglo de un persistente y en ocasiones azaroso rastreo, pude por fin hallarlo. Cuando creía que ya había consumado su tiempo o que comparecía achacoso y frágil en la recta final de su ruta, lo hallé fuerte como un roble y tan activo como en aquellos tristes episodios de medio siglo atrás. Me reveló que ese día, desprendiéndose de mí, delirante, con el corazón inflamado por un estro celestial, sacralizado, regresó al dantesco légamo asesino, pugnando hasta rasgar y sangrar sus propias carnes, por rescatar a gente soterrada, disputándole almas, en un esfuerzo vano, que lo sumió en un trance depresivo del cual tardó mucho en desprenderse. El destino, a quien agradezco, me permitió un emotivo y vivificante reencuentro.


 

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

El “Shilico”** ya casi había olvidado su nombre de pila. Carlos Bautista era un mercachifle itinerante que se cuadró en las inmediaciones del Circo a vender sus sortijas, pendientes y brazaletes de bisutería, sus sombreros y telas. Cuando le sorprendió el sismo y se venía el aluvión, criatura golpeada por la vida, pensando y llevando a la práctica el consejo que daba a sus clientes, “lo material se recupera, la vida ya no” optó por salvarse y dejó sus bultos, que eran demasiado pesados, para ascender con ellos el cerro Atma. Fue botín de la rapiña de los seres desalmados, que nunca faltan en las desgracias: “Chacales que el chacal rechazaría, piedras que el cardo seco mordería escupiendo, víboras que las víboras odiarían!”*** Su pequeña heredad no fue alcanzada por el alud como le previno su instinto, pero lo perdió todo.

Hombre esculpido de barro con signo positivo, sin embargo y ufanándose de su buena suerte, en una talega que se echó a la espalda, rescató lo esencial bajo tales circunstancias, entre colchas y frazadas envolvió comida en conserva, una linterna de pilas, un termo para el agua caliente y su radio transistor. Era a través de este aparato, que las noticias de la Novena edición del Mundial de Fútbol FIFA, que el éter portaba, tomaban cuerpo para nosotros.

 El Shilico es también orfebre, y a este oficio es que debe su otro presuntuoso apelativo: “Señor de los anillos” que, probablemente poco o nada tenga que ver con la novela homónima de John Ronald Reuel Tolkien, pues, aunque fue publicada en 1954, su círculo de lectores se ciñó a un círcuito europeo y todavía se puso de moda, por la trilogía cinematográfica de inicios de los 2000. Este Señor de los Anillos, es el mismo de la supuesta anécdota, en realidad, una jocosa ocurrencia que sus paisanos los shilicos itinerantes, divulgaban a guisa de chanza. Los hechos se remiten a Julio del año anterior, 1969, cuando el astronauta Neil Armstrong, descendió del módulo lunar LEM y se dio vuelta para dar el histórico paso que dijo que dio y pisó la luna por primera vez, el Señor de los anillos, ya lo esperaba detrás ofreciéndole sombreros.

-¡Caballero gringo, contra la resolana lunar, no hay mejor protección que un sombrero de paja! y baratito nomás, diga usted!

Ocurrencia que alude a dos detalles importantes, dos de las principales habilidades desarrolladas por los shilicos en su trashumancia: su cosmopolitismo y ubicuidad. 

 

TERREMOTO DE GRADO LETAL EN LA ESCALA DE MERCALLI

            -¡¡Temblooooor!! – bajo esa multicolor carpa, todavía nueva, emergió el grito de los aterrados pechos, invasivo, extraño, como surgido de formidables y ajenas cajas torácicas y por escasos segundos, hercúleo hinchó la carpa.

En tanto Richter lo calibró en 7.9 grados, Mercalli en más de 70,000 almas. Esa agobiante situación, hizo imperativa una interpretación de los signos, urgía y encajaba una válvula de escape para la ofuscación y el pánico. Y como es natural y propio en tales circunstancias, además de las preces a las sagradas entidades de nuestro cristianismo, aquéllos nos condujeron aleatoria o caóticamente, como atávica y arcana asociación de ideas, quizás también liberada por la sacudida, a un ajuste de cuentas de la Pacha-mama, a cuyos designios, enfrascados en nuestras urgencias, desde tiempos en los que aún no corría mucha agua bajo los puentes, invariablemente hacíamos caso omiso.

          La formidable energía sísmica, liberada junto a un amasijo de imágenes, sonidos, sensaciones, sospechas y creencias, podría ser la notificación telúrica de un pacto postergado, ignorado o soslayado, que como siempre, congruente con nuestro acervo y singularidades y a nuestras dehesas mentales, siempre menesterosas, las atendimos solo el lapso de duración del susto. Por vez enésima y con toda la fe que nuestras limitaciones nos permiten o imponen, tirando al tacho silogismos y ergotismos, esta vez también resultó muy práctico, endosárselo al Dios del Viejo Mundo, aquél que nos trajeron, en carabelas de madera, armados de la cruz y arcabuces.                                                                                                                      

            -¡Calma tu ira Señor!

-¡Virgencita madre de Dios, protégenos con tu manto!

-¡Patrón Santo Domingo ampáranos!

 

DIDI, REDACTA LA CRONICA DE LA LEYENDA

Y he aquí que, el brasileño Waldir Pereyra “Didí”, entrenador de Perú, guardaba un as bajo la manga:

- ¡Hugo…caliente...va a entrar! –

Ni más ni menos que Mandrake, el mago de aquellos tiempos, “Didí” decide echar mano, una vez más, al amuleto que cuelga de su cuello, junto a la cruz que le obsequió su madre. Es una Mano de Fátima que nunca le falla y él escucha y descifra el consejo: Para el segundo tiempo, recurrir al “Cholo” Hugo Sotil, ese fornido y habilidoso iqueño bendecido y endemoniado a la misma vez. Por su propio peso se apeó el debut internacional del “Cholo”, ya que no estuvo en las eliminatorias. Resulta que el Deportivo Municipal, equipo en el que militaba, ascendió a la Primera División a finales del año 1969 y Didí aducía esa razón para la no convocatoria. Aunque también después del ascenso, se le notó reacio a su llamamiento. En honor a la verdad, se generalizó la impresión, de que tuvo que ceder ante la enérgica y masiva conminación de la hinchada, esa que atestaba el estadio San Martín de Porres y sus exteriores, solo para ver a ese genial, fabuloso jugador y a viva voz le exigía su merecida oportunidad en la blanquirroja.

 


BEROLINA CIRCUS

           Desde la puerta del circo, el potente altavoz anunciaba:

            -¡Atenciooón Yungaaay!

-¡El Circo es arte, el Circo es cultura, el Circo es tradición!

            -¡Tres funciones treees!

De los tres pitazos, esa tarde de domingo estival, faltaba el último para que la primera de las tres funciones comenzara, el tendido estaba lleno para la Matiné y seguían entrando más niños, uno que otro acompañado de un adulto y sin ellos también.

Lima forma parte del circuito de capitales de los más grandes circos del mundo. El “Berolina Circus” estrenaba carpa cada año, fue un circo grande, fastuoso, de aquellos que cada 28 de Julio vienen al Perú, En los corros circenses es axioma triste, implacable, feroz, que la competencia, lividece a la teoría de la “Selección Natural” y fue la que lo hizo caer, tal como de la alta cuerda tensada, se precipitan los funámbulos que hierran en el cálculo de su serenidad o sus habilidades. El archipiélago de los circos, evoluciona en un cosmos muy singular. Tal las famosas “Galápagos”, si Charles Darwin hubiera sido testigo, habría refrendado con su agudeza y salvado del anonimato este trágico fenómeno, que ocurre bajo las carpas de la comedia.

Con su gracia y asombrosas acrobacias, el Circo de Moscú tenía a Oleg Popov; “el mejor payaso del mundo”. El “Ringling Brothers” a “Dragones”; el “Espectáculo más grande del mundo”, El Circo “Africa de Fieras” traía divertidos payasos chilenos; discípulos del célebre “Tony Calunga”. Por su parte el “Tihany”; exhibía al increíble ilusionista húngaro Franz Czeisler, genial mago y comediante, conocido también como “El Gran Tihany”. El Circo de los hermanos Fuentes Gasca de México, traía a Juventino “El Tarzán mexicano” y a sus hermanos, los alucinantes trapecistas, hijos todos de don Jesús Fuentes Zavalza y doña María Luisa Gasca. Con astros de esa talla, estaban llamados a prevalecer, los demás, entre ellos el Berolina, tuvieron que resignarse al descenso a la segunda, la tercera clase o a la desaparición.

-¡Nos vamos a los pueblos! -  como experimentado sobreviviente el turco Giulah Zabo propietario del circo, decidió una ruta provinciana desde las fiestas patrias de 1969, Un circuito por el interior del país, como desde siempre lo hacían muchas dinastías circenses. Los “Cavallini”, los “Farfán”, los “Lietti” o el siempre recordado clown ecuatoriano “Tony Pepito” y su comparsa. Ellos eran y algunos lo son hasta hoy, circos itinerantes, aunque despiadadamente, el tiempo y la ley de la prevalencia de los más aptos, los van extinguiendo, con paciencia y temple de taxidermista. 

La inauguración del nuevo escenario se llevó a cabo en Huaraz, donde la carpa de vivos colores, concitó el interés del público durante enero, febrero y marzo. En mayo, el Circo trasladó sus funciones diarias a Yungay. Giulah tenía programado para julio, al demográficamente explosivo Chimbote. Planificaba una temporada larga que duraría hasta pasada la celebración del aniversario nacional. La programación fue truncada ese fatídico domingo 31 de mayo de 1970.

 


SEGUNDO TIEMPO, LA UTOPIA SE CONMUEVE Y TOMA TIERRA

 Ese martes 2 de junio, “el día D”, el Señor de los Anillos hizo aparecer pilas nuevas para su dispositivo de aliento, resistencia y consuelo. A pesar de las circunstancias o quizás acicateados por ellas, nosotros estuvimos al pie del cañón. Subrayando un paréntesis a nuestro drama, tras el desastroso primer tiempo, aguardábamos con ansiedad y esperanza, el reinicio de las acciones.

          Con las endemoniadas y míticas “paredes” de Sotil y Cubillas, la “Dupla de oro” años antes gestada en el Alianza Lima, que sembraron caos y desconcentración en los dirigidos por Stefan Bozhkov, el equipo reaccionó, a tal punto que, a los siete minutos de la segunda etapa, a solo dos minutos del segundo gol búlgaro, el chinchano Alberto Gallardo Mendoza, puntero izquierdo, aprovechando los espacios que le abrió el aflojamiento de los dogales eslavos, de un potente disparo, que infló sus redes, rebotando antes en el travesaño, decretó inaugurado nuestro marcador, acelerando nuestras pulsaciones y congestionando los teletipos de las redacciones.

         Oscar Artacho Morgado, cantaba emocionado el primer golazo patrio:                 

-¡Gooooooooooool peruaaano!, ¡Gooooooool….!

- ¡Coooonchán, la gasolina peruana con tremeeeenda potencia! – le añadía sabor y prosopopeya Carlos Alberto Sosa, el “Gringo Sosa”.

           Tres minutos después, a solo diez minutos de iniciado el segundo tiempo, tal como era su decisiva genialidad, el “Cholo”, con la pelota desaparecida en su pie derecho, avanzaba incontenible en diagonal, eludiendo y apilando rivales y a Iván Davidov, el último hombre de la defensa búlgara, no le quedó otra opción que derribarlo al filo del área. Quien se encargó del tiro libre fue el “granítico” Capitán de América, Héctor Chumpitaz Gonzales, cañetano apodado también “pata de comba”. Con resbalón incluido, su formibable disparo, decretó el empate, nos dispensó relegar la tragedia que nos enrollaba como capullo de araña y cantar el himno de nuestro Mundial.

-“¡Perú campeón, Perú campeón!”… con Rubiños en el arco, la defensa es colosal….♫ -

El sorprendente éxito de los “Ases del Perú” Eddy Martínez y Oswaldo Campos, sonó a fiesta desatada en un escenario devastado. Pero no era todo, aún estaba por llegar el clímax a los 28 minutos. Unas fantásticas “paredes” entre presbíteros de una religión que no tiene ateos, según Eduardo Galeano y sus encíclicas del balompié; una rotunda demostración de la superioridad del talento, una precisa y preciosa asistencia del “Niño terrible” Roberto Chale Olarte, culminó con el primer gol mundialista del “Nene Cubillas” quien desde entonces, comenzó a crecer como la sombra cuando el sol declina, se convirtió en un contendiente de cuidado, por el trono del mejor de Sudamérica y del mundo, admitido por el propio Edson Arantes Do Nascimento “El Rey Pelé”, su émulo primero, luego su adversario, posteriormente su amigo y finalmente su compadre.

 

DILETANTISMO EXISTENCIAL

           Para añadirle dos piezas importantes a esta remembranza y no faltar a la verdad esencial, la verdad de la vida, a la que nunca hay que faltarle. Primero, espero sean indulgentes, si en algunos pasajes de este relato, a pesar de mis esfuerzos y el tiempo transcurrido, las lágrimas aún anegan mis ojos, son de las que brotan del alma, las que trascendiendo tiempos y espacios, no entienden de mesuras. Y segundo, debo confesar que no tenía planes de entrar al circo, pues esos espectáculos no me desvelaban. Ese día le sacaba el jugo al domingo y tras cortarme el pelo “tres centímetros” como exigía el Sub-oficial IPM, cuyo nombre escapa a mi ingrata memoria, pero al que en dudoso homenaje a los zapadores del Batallón de Ingenieros del Ejército y en arbitraria alusión, importunábamos con el apelativo de “El Zapa”, encargado en el Colegio de nuestro adiestramiento cuasi-militar, deambulando sin carta de navegación ni agenda, completamente libre, de manera fortuita me topé con la señora Sara Calero, piadosa siempre y cargada de años, quien celebraba mis travesuras y me tenía en gran estima, merced a la amistad que tuvo con mi finado tío abuelo, el célebre y prolífico compositor yungaino Víctor Cordero Gonzales. Ella, con reposada voz, me confió que desde varios días antes, tenía comprados dos boletos, uno para ella y el otro para su engreído.

Maglorio, su sobrino, ese pelirrojo de pocas carnes, que vestía ceñidas blusas y pantalones acampanados y nunca acababa de masticar algo, sin reparar en los ruegos de su amorosa tía, quien lo criaba desde bebé, que en la práctica era su madre, con un grupo de futrecitos como él, partió por Caraz y la ruta del tren de Huallanca, hacia el norte, en un intempestivo paseo a las playas de Salaverry, donde vivía su padre con su familia. Su madre biológica vivía con la suya en Pacasmayo.

Así fue como al encontrarse conmigo, a la bondadosa tía Sara, se le plasmó su plan B y me invitó a entrar con el boleto remanente. 

Como dije, no me seducía la idea de entrar al circo y esa falta de interés en los circos, quien sabe se deba, por lo menos en parte, a que entonces lo mágico, lo magnético era para mí el cine, ya que, cuando podía hallarme en casa, algún domingo que otro, con su viejo Ford del cuarenta y dos, papá nos llevaba a la Ciudad de Huaraz, a disfrutar de un grandioso recreo, sublime en aquellos días de mi infancia y adolescencia. Una excursión con obligadas escalas, en los baños de Chancos o Monterrey, a una de sus tres salas de cine. Allí el écran, descubriendo ante mis ávidos sentidos, a los clásicos circenses del celuloide. Charles Chaplin, Mario Moreno Cantinflas o Buster Keaton, me instaló en el alma, un sentimiento de piedad, de conmiseración con los artistas de la carpa. En cada payaso, acróbata o domador, veía yo una vida de adversidades y lucha, soledad y tristeza. Un drama más que una comedia.

 

CUANDO MAS OSCURA ESTA LA NOCHE, MAS CERCA ESTA EL ALBA

  Los derrumbes, deslizamientos y aluviones, provocados por el terremoto, que habían cortado carreteras, teléfono y telégrafo, nos habían desconectado por completo del mundo, para nosotros el único nexo con el exterior, con la vida, que desde las 3 y 23 de la tarde de ese día, pendía de entredichos e incertidumbres, era la radio:

-¡ Atención Lima,Lima,Lima, Lima… un comprendido cambio! –

A través del radiorreceptor del Señor de los anillos, en múltiples frecuencias, se escuchaban los S.O.S. de los radioaficionados que, con la moral al tope, pugnaban por un enlace con el mundo exterior, desde cualquier punto de la zona asolada. ¿Sabían que SOS tiene múltiples significados y orígenes? y que allí en ese espeluznante escenario se acuño otro: “Sálvennos O Sepúltennos”? Fue por este mismo medio que nos enteramos en la noche que al mediodía de ese mismo infausto domingo, la selección de fútbol de México, el país anfitrión, había empatado con la de la URSS, en el aburrido partido inaugural de la Novena Edición del Mundial de Fútbol FIFA.

Y la hazaña con contornos de magia y de fábula, cumplida por nuestro combinado patrio, que el martes 2 de junio, remontó un partido que perdía por dos a cero. Ese triunfo fue un regalo envuelto en papel de oro, un auténtico y eficaz bálsamo contra la desolación, la congoja y el susto, la primera victoria con festón de leyenda, de una selección peruana en un mundial de fútbol, el deporte pasión.

            -¡Conozca el Perú, visite el Perú y compruebe el verdadero valor de la tierra de los Incas! – exclamaba Oscar Artacho. Era el eslogan de su programa, que esta vez lo repetía entre lágrimas. Por parte nuestra, llorábamos también, por la emoción y como un modulado desfogue de las tensiones y el dolor, enjugábamos nuestras lágrimas con las mangas y por un buen rato nos sonrió la vida. Igual que nosotros, los artistas del Berolina Circus, se mostraban felices del resultado, la selección del país que los acogía y que les daba un gran susto, había logrado su primer triunfo; sus colegas, los artistas peruanos de la pelota y el gramado, con un juego que parecía más bien cosa de hechiceros, habían vencido a los rígidos sistemas europeos.

 

LOS HEROES SON DE CARNE Y HUESO

-¿No ves que se viene el aluvión? – Me cogió de la mano este señor con nariz de rocoto rojo, desordenado cabello bermejo, bonachones ojos aureolados y con extraña autoridad, como ya dije, me remolcó en sentido contrario, cerro arriba, señalando con la otra mano un punto en la densa y oscura cortina, donde se escondía el Huascarán. Aguijoneando mis sentidos y a pesar de mis esfuerzos, no logré percibir nada, a través de esa apelmazada opacidad, solo el ruido, ensordecedor, que no dejaba ni pensar ni sentir, como si encima nuestro, muchos aviones o trenes pasaran al mismo tiempo.

            Bordeando los sembríos, empolvados y azorados como nosotros, subimos a campo traviesa a todo lo que daban nuestros pulmones, los eucaliptos y pacayes diseminados a lo largo de las cañadas, eran nuestros guías. Por entre matorrales, transpirando, asustados y jadeantes, alcanzamos la salvación; el amparo de la altura. Como en un fatal pallaqueo, lúgubre e irreversible, los que subíamos arreados por los comediantes, éramos solo niños y uno que otro adolescente, los adultos, renuentes a su invocación, bajaron hacia el que hasta entonces, fue el más hermoso del rosario de pueblos del Callejón de Huaylas.

Allí arriba, por gravitación y cronógrafo, los días subsiguientes se desgajaron tediosos, tristísimos e inciertos. Fluyeron como despojados de toda voluntad, abandonados a su suerte, al tiempo o al viento y caían uno a uno, sin prisa, pero sin pausa, como orgánicamente caen en el invierno las hojas de los arboles caducifolios.

La Sra. Sara Calero, sucumbiendo a la atracción de la querencia, la sólida y firme finca, que demasiado tarde el sismo reveló como noción equivocada, siguió la ruta de la ciudad, y se internó en la bruma para acompañar a mis padres y hermanos, junto a miles de almas, en su prematura marcha a la eternidad, bajo ese monstruoso manto de nieve, fango y rocas. Aunque la relación con mis padres, debido a mi frívola e improductiva rebeldía, era muy poco fluida, me duele en el alma, recordar que se fueron sin despedirse y sin que, siquiera pudiese intentar evitar tan terrible desenlace.

           Durante los días de nuestra permanencia en el cerro, el compacto y       

acerbo polvo no remitió. Los Flores Cadillo, con Don Rolando y Doña Santa a la cabeza, a quienes nunca terminaré de agradecerles su fortaleza y bondad, conformaban una familia campesina, honrada y pobre, condiciones que con opresiva y vergonzosa frecuencia suelen ser interdependientes. Su heredad escasa o lo poco que de ella les quedaba, lo compartieron con nosotros. Hablando con propiedad y verdad, nos brindaron lo mejor de lo que tenían, con auténtico cariño, sin poses ni dobleces. Y es que la solidaridad de los pobres, pese sus infortunadas circunstancias y sus menguados recursos, es incondicional, es el corazón su punto de partida, no proviene del bolsillo, del egoísta cálculo económico, del cómputo de costo y beneficios, iniquidad en la que incurren, con opresiva y preocupante reiteración, no pocos fulanos acaudalados, que no aflojan moneda o donativo si no hay flashes, cámaras o micrófonos. En este hipócrita inventario de valores, no puede haber óbolo sin pregón y provecho.          

Fueron choclitos con queso, papitas con ají, sopitas de granos molidos, de trigo, habas y frijoles, los que mantuvieron vigentes y alertas mis sistemas, hasta que días después me recogió un helicóptero CCCP, que no pudo entrar antes a la zona, debido a la pastosa nube de tierra levitada. Los soviéticos me llevaron a mí y a otros muchos niños, al refugio para huérfanos de la Cruz Roja en Huaraz. Instalado en un gran campamento de hermosas carpas de color verde agua y amarillo anaranjado, donadas por la generosidad mundial, el refugio fue el paso previo de un programa de adopción internacional.


PSIQUE TRITURADA

Por otra parte, de tal magnitud fue el choque psicológico que, en los pueblos del Callejón, solidarios artistas de todo género, entre los cuales cabe destacar a los “Compadres” el afamado dúo cubano, que Fidel Castro envió por más de dos meses, se esforzaron por mitigar con caravanas y eventos masivos “destraumatizantes”. Cumpliendo con una obligación de justicia y gratitud, deben rescatarse asimismo, las que encabezaba la “Princesita de Yungay”, quien, paseando su melodioso timbre y excelsa figura, sin faltar uno, visitó todos los pueblitos grandes y pequeños, brindando su espectáculo y solidaridad.

Debido a esto, en los años subsiguientes, a pesar de estar muy lejos del teatro de la tragedia, a más de un océano de distancia, confieso que tuve que procurarme una carpa, pues los techos de las construcciones, me provocaban pánico, por tanto, me era imposible dormir debajo de ninguna y aun así, esporádicamente era presa de aterradoras pesadillas.

-¡Jamás hombres humanos hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
            Una vez más, lo encontré acomodado en su clásica estampa, pero a diferencia de las anteriores, esta vez era real, no producto de una alucinación, un espejismo. Estaba allí, sudoroso y mohíno y me habló esmerilando su rugosa voz.            

             Recostado en una gran roca que trajo la tromba de granito, nieve y lodo, el brazo diestro acodado en un gran bastón de chachacomo, su palma que haciendo una suerte de puño, apretaba algún consuelo, sostenía su rostro atacado de calvario, de amargura y pena, tal vez por la insalvable y eterna reyerta en su atormentada alma, pendular siempre entre sedición y conformismo, me miró muy triste y a continuación, murmuró un sencillo coloquio, no como cabía esperarse por su preliminar renombre y por lógica expectativa: una monumental talla de su verbo.

            -“A consecuencia de la estremecedora sacudida - con el monstruo de fango y las resilientes palmeras de la Plaza de Armas, de fondo - musitó atribulado el personaje, fallando en camuflar su tesitura de trueno; que no alcanzó a disimular del todo.                                                                                                                                            -Fragmentado, de la escotadura norte del Huascarán, se precipitó retumbante –prosiguió - un colosal bloque de nieve, generando una insufrible atmósfera densa, viscosa y, en sus oscuras y dantescas entrañas, como sin duda fueron para Jonás las de la ballena que lo tragó, se advirtieron detonaciones y chispazos como relámpagos y truenos, de los que se desprendía un intenso y acre olor de pólvora. Pasado algún tiempo y merced a la explicación del ilustre visitante francés, que me acompañaba, supe se trataba del feldespato aliado al cuarzo, la mica y las plagioclasas, componentes de las enormes rocas de granito que, al despeñarse en su vertiginosa precipitación, revueltas con nieve y barro, friccionaban y rebotaban con la forzada y repentina rambla o colisionaban entre sí. Jules Krafft, reconocido vulcanólogo, era mi acompañante, el visitante ilustre, cuyo nacimiento acunó una sencilla vivienda de la Rue de Picpus en París, al costado del célebre cementerio y muy cerca del lugar donde fue instalada la Guillotina. Probablemente el cálculo más que el destino, lo posicionaron como testigo de excepción, histórico, del evento destructivo, Capeó milagrosamente la muerte en otro cementerio, el del altozano del Cristo que, con los brazos extendidos reconviene al augusto Huascarán y le exige una rendición de cuentas de las razones de ese zarpazo letal de más de 25 metros de alto, que sepultó a Santo Domingo de Yungay, hermoso pueblo serrano, cual mi venerado Santiago de Chuco e hizo trizas el mito de la inviolabilidad del dique natural, que en 1962 candorosamente fue acreditado como segura valla protectora, solo porque entonces, encajonó el aluvión hacia Ranrahirca.

           Jamás tanto cariño doloroso – prosiguió, esta vez sí, con su clásica sonoridad de trueno, retumbando cerca de mi cabeza, tanto que sentí su cálido resuello

            Jamás tanto cerca arremetió lo lejos, ¡jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!.
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal…..”

(Yo lo acompañaba coreando sus célebres y entrañables versos)

“Y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor, la lagartija, en su cajón, dolor”….****

           Pero un cambio en su voz y sus palabras, me desconcertaron, causándome un enorme desasosiego del alma, que finalmente me despertó:
           -“Desgraciadamente hermanos humanos, a la fatalidad no la conmueven ni chascarrillos ni acrobacias”.

Definitivamente esta era también, una vez más, solo la contumaz pesadilla que, durante muchos de los años que siguieron al del sismo, junto a otras, aunque menos recurrentes, asaltaron y perturbaron mis sueños.



 “CUCHARITA”

Al margen de traumas, alucinaciones y conmociones, volteando la página y rescatando el informe, del olvido o la pasada por alto, “Pildorita” y “Chizito”, son los dos herederos peruanos de “Cucharita”, que hasta hoy, más diestro y cargado de experiencias, aún se afana con su entrañable personaje y en cada Navidad, representa a un caritativo y afable Papá Noel. Radican todos en El Salvador. Lo sé porque la vida me dio la oportunidad de encontrarlo y agradecerle, haberme salvado de ser sepultado vivo, al que es hoy una celebridad que relata con pelos y señales, esa infausta odisea. Por otro lado, el Berolina Circus, continúa en la brega, trashuma, gira en la rueda de la vida tan endeble e insospechada, aunque su vigencia se circunscribe a un reducido circuito del sureste europeo.

 

 EL ENIGMATICO SHILICO Y EL SAPIENTE PAYASO

            Jonás Alvensbergen y Hanna Leuchtenberg de Fráncfort, Alemania, son mis padres adoptivos. Hasta los veintidós años viví en esa tranquila y hermosa ciudad vitivinícola e industrial, luego por mis estudios primero y por mi trabajo después, recorro el mundo. Si ya lo dije, no huelga aquí recalcarlo, soy promotor de ventas de la antigua y famosa bodega Rheingau.

 Impensadamente, como ya lo referí anteriormente, tras medio siglo de búsqueda, radicado en Melbourne, al primero que encontré fue al Señor de los Anillos. Tal Melquiades de Macondo, el “Shilico” no había envejecido, su estampa reflejaba prosperidad, bonanza y su circuito, como el mío, también era internacional. Fue el quien me dio el dato de la vigencia de Cucharita, cuando ya casi me había resignado a no encontrarlo más.

El Clown, de tan vastas y formidables experiencias, se había convertido en un sabio. Apenas se me dio la oportunidad, en uno de mis viajes al Perú, hice escala en el Salvador.

            -Eso solo fue inspiración - me respondió riendo con todo su cuerpo, cuando tras agradecerle lo que hizo y abrazarlo, tan efusivamente como un hijo que reencuentra a su padre, le pregunté cómo fue que supo lo de la tromba asesina de barro y nieve.

.-Como la del “Cholo Sotil” contra los búlgaros ¿Te acuerdas?

            Tomábamos el café que preparó su nuera, cada sorbo, un recuerdo y unas lágrimas, que son las que dan cadencia, simetría y profundidad a las evocaciones de lo trágico, sentimental o entrañable.

            -Me gustaba el café de Bagua, más que el de Chanchamayo – me confió.

Algunos días después, de regreso le llevé ese café, Filiberto Tuesta Zumaeta, viejo amigo, natural de Chachapoyas me lo consiguió, Cucharita enjugó algunas lágrimas y trocó su talante por una amplia sonrisa con saldos de tristeza. Creo que esa es la imagen que me acompañará en lo que me queda de vida.

Y me tocó volver a Melbourne, pero esta vez tenía ya un lugar a donde llegar, el Shilico me recibió feliz, pues también le llevé unos king kones de Lambayeque, que tanto le gustaban.

-Melbourne es la mejor ciudad del mundo para vivir y morir– me confió su convicción el Señor de los Anillos. Yo creo que es un axioma que el exiliado persigue, en la dolorosa pretensión de evadirse del recuerdo y el desarraigo, la nostalgia del filial cobijo. Para mis adentros reflexioné que no era difícil que aquello fuera cierto, por la belleza del paisaje, por los reducidos índices de pobreza y la calidad de vida que brindaba a sus ciudadanos. Sin embargo, en los cajones de su velador, muy ordenada, guardaba una gran colección de fotografías de Celendín, su tierra natal. Tierra de la que, curiosamente, en el retorno de cada visita, había llevado algunos puñados y muy entusiasta me los mostró, depositados en una bella urna de vidrio.

- Es mi voluntad que mis hijos cumplirán, estos son los primeros puñados – me dijo empuñando un poco de su entrañable tesoro.

- Ya que no en mi tierra, me van a enterrar con mi tierra – apostilló, provocándome un fárrago de sentimientos encontrados y aunque lo aprobé con movimientos de la cabeza, finalmente no me convenció. Para mí, el mejor lugar para vivir y morir es mi Yungay amado, adonde retornaré cuésteme lo que me cueste, para que me entierren en mi suelo, no con una ínfima porción de él, eso me parece demasiado triste, morir desterrado, lejos del hermoso cielo azul de ultramar y los níveos picos, lejos del aroma de los eucaliptos, de la lúcuma y los pacayes moraditos, del choclo tierno y la retama, lejos de la fragancia de la blanca arena de granito mojada por las primeras gotas de lluvia, en el inicio  de la estación invernal, de los radiantes arco iris; lejos de la querencia y la identidad.

Yungay en el Callejón de Huaylas, tierra ponderada y añorada, aunque a veces y con razón, nos sacuda las testarudas molleras, para recordarnos que convivimos en un paraíso de belleza superlativa y alto riesgo asociado e increpándonos nos exhorte a decodificar sus mensajes y saldar la antigua deuda de comprensión, de respeto, que irreflexivos o asténicos, aplazamos por tradición o sistema.

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*Fragmento del poema "Coplas a la muerte de mi padre" de Jorge Manrique

**Fragmento del poema "Explico algunas cosas" de Pablo Neruda

***"Shilico" coloquial hipocorístico, natural de Celendín Provincia de Cajamarca

****Referencias del poema "Los nueve monstruos" de César Vallejo Mendoza

 

 

 

 

 

 

 

 


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